Entre las cosas más fantásticas de este mundo destaca la diferencia maravillosa entre un hombre y una mujer. Esta complementariedad natural entre lo masculino y lo femenino es regla básica de la vida. El atractivo físico, psicológico y afectivo puede culminar en un amor de benevolencia por el que se quiere a la otra persona tanto como a uno mismo. Un sabio escribió en cierta ocasión que “el amor nunca pasa y si pasa no es amor”. El compromiso matrimonial hace justicia a este amor. Cuando se ama a alguien se le quiere para siempre; de lo contrario estaremos hablando de pasión o mera afectividad, pero no de amor personal. La mutua ayuda, la conyugalidad en todos sus aspectos, requiere de personas generosas, con virtudes y aptitud para la convivencia. Esta relación entre dos es elevada a una nueva y tercera dimensión: El amor esponsal entra en una superación que se hace vida nueva. La mirada entre dos ya no se cansa porque se renueva y fecunda en un arcano de vida.
La esponsalidad conlleva tareas y responsabilidades primordiales como la educación de los propios hijos. Esta realidad requiere de una relación exclusiva de fidelidad. Amor esponsal y fidelidad son las dos caras de una misma moneda. No es este el momento de reflexionar sobre las posibles causas de nulidad matrimonial o de separación; sino de pensar acerca de la hondura antropológica del matrimonio humano, en una época en la que se está intentando, con vehemencia internacional, romper la entidad natural de la familia.
La propia familia de origen supone las raíces de uno mismo. Se trata del lugar donde hay un amor incondicionado por cada uno de sus miembros. Este apoyo incondicional se da de modo natural entre padres e hijos. Reventar el sentido de la sexualidad y de la familia, como de hecho se está haciendo, redunda en fomentar diversos tipos de esclavitud en el ser humano.
A lo largo de los siglos han caído poderosos imperios; pero la Familia del que no tuvo una casa para nacer sigue siendo el faro de luz de nuestra civilización. El mensaje familiar del Redentor no niega nada de la nobleza humana sino que la eleva a alturas insospechadas.
La Redención del corazón, en expresión de Juan Pablo II, supone la purificación del amor familiar por la gracia divina y la correspondencia a esa gracia. El hecho de que Juan Pablo II haya dicho de la dimensión sexual de las relaciones esponsales que son un icono del amor intratrinitario es una afirmación entroncada con el Génesis, donde Dios bendice el amor humano. San Josemaría Escrivá de Balaguer afirmaba que el lecho matrimonial es un altar. Es conocida la relación que hace San Pablo entre Cristo y la Iglesia como esposo y esposa.
La Revelación cristiana no impone nada, sino que sublima lo genuinamente humano, salvaguardándonos de los errores, desvaríos y enfermedades del corazón. La familia, con sus roces, precariedades y ajetreos diarios, es el único lugar donde el hombre puede llevar a cabo su vocación al amor. Esto no quiere decir, como es lógico, que existan otros modos de entrega a los demás que impliquen el estado de soltero, como puede ser –por ejemplo- la vida sacerdotal. En este sentido el libro “Amor y responsabilidad”, de Karol Wojtyla, manifiesta como una comprensión adecuada del matrimonio y del celibato por el reino de los cielos se potencian una a otra, ya que se trata de dos modos de entrega, de cumplimiento de la ley del “don de sí”.
La familia humana, aunque solo sea por la limitación de la muerte, necesita de una dimensión eterna para ser acorde con el corazón humano. Esta dimensión es para los cristianos la Iglesia, la familia de Dios.
José Ignacio Moreno
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