Chesterton
definía la infancia como cien ventanales abiertos. En esos años, el mundo
aparece como todo un territorio por explorar. Las ranas, pájaros y lagartijas
son auténticas motivaciones para el infante aventurero. La seguridad y el
cariño de los padres son el sustrato de una vida feliz, que no está exenta de berrinches
y coscorrones. Al pasar los años, pueden redescubrirse tesoros de la infancia
como la confianza y la ilusión de vivir.
En
el transcurso del tiempo, a lo largo de la juventud y la madurez, cada persona
va tomando sus decisiones y forjando su carácter. Una de las paradojas más
curiosas del ser humano es que tiene que salir de sí mismo, para realmente
encontrarse; y esto ocurre a varios niveles.
Viktor
Frankl en su famoso libro “El hombre en busca de sentido”, en el que cuenta su
personal experiencia del campo de exterminio de Auschwitz, afirmaba que “más
importante que lo que yo espero de la vida, es lo que la vida espera de mí”.
Hay muchas cosas que no elegimos, pero sí podemos elegir el modo de vivirlas.
Por ejemplo: un enfermo crónico que sepa llevar su enfermedad con alegría, no
deja a nadie indiferente.
Respecto
al conocimiento de la realidad, nos damos cuenta de la importancia de ponernos
en el lugar de ella. Pongamos un ejemplo: aunque parece evidente que el sol
gira alrededor de la tierra, lo que sucede es precisamente lo contrario. Una
reflexión más filosófica en este sentido sería que, aunque mi existencia se me
da a conocer de modo evidente a través de mi pensamiento, la verdad de mi ser
es anterior a mi razón. La verdad no siempre es lo más evidente.
Desde
la perspectiva de las relaciones humanas, cuando me sé querido por alguien a
quien valoro, me encuentro feliz, lleno de sentido. Algún familiar o amigo me
da luces distintas a la mía, para saber mejor quién soy y para qué valgo. Todo
esto no es contrario a nuestra libertad y autonomía, pero ayuda enormemente a
saber enfocar las coordenadas de la propia vida.
Es
experiencia común que una persona ensimismada y creída resulta insoportable. Decía
Chesterton que al que se enamora de sí mismo no le envidio en el cortejo. Sin
embargo, cuando nos topamos con alguien generoso, que habitualmente piensa en
los demás, descubrimos que es alegre y da gusto estar con ella o con él. En
muchas ocasiones, estas personas suelen ser realistas, maduras y con buen
humor.
La
familia es una realidad nuclear en la que se combina prodigiosamente la
libertad y el amor, el descanso y el esfuerzo, la igualdad y la diferencia.
Fortalecer la familia supone renunciar a muchas cosas para darse a nuestros
semejantes más cercanos; es algo así como el árbol que se somete a una poda. Con
el paso del tiempo, las raíces se hacen profundas y el árbol está lleno de
frutos.
La
ancianidad no resulta en principio atractiva, pero en muchas ocasiones
descubrimos en ella el encanto de una vida con un entrañable sentido. Se trata
de un periodo que se abre a la dependencia y a la confianza. El cuidado a
nuestros mayores es un termómetro de nuestra categoría moral. Además, nos
aporta una importante enseñanza humana no exenta de sacrificios, como la
mayoría de las cosas que valen la pena.
Las ideas anteriores vienen a destacar que cada ser humano tiene que darse la vuelta a sí mismo como un calcetín, con la ayuda de los demás y de Dios. Es entonces cuando está en condiciones de hacer de su vida una andadura mucho más humana.
José Ignacio Moreno Iturralde
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