A lo largo de nuestra vida nos
hemos comido multitud de bocadillos y nos hemos cortado el pelo con frecuencia,
entre otras actividades un tanto mecánicas. Sin embargo, los momentos estelares
de la existencia no suelen estar asociados a zamparnos un currusco o a hacernos
la permanente. Las cosas que dan peso, valor y sentido a la vida pueden estar
en la consecución de metas, pero especial y más profundamente suelen hacer
referencia a relaciones personales con nuestros seres más queridos.
Pienso que algo análogo sucede en
la educación. Recordamos momentos entrañables y divertidos con nuestros
compañeros y compañeras de curso. Por otra parte, nos vienen a la memoria profesores
que con su sabiduría y carácter han sido una referencia para nuestras vidas.
Esto es posible gracias a todo un sistema administrativo y pedagógico, que hace
viable la vida escolar. También son necesarias las programaciones y las
evaluaciones. Además, el actual mundo tecnológico impacta de lleno en colegios
e institutos, como debe ser. La innovación educativa es un hecho irrenunciable
que manifiesta vitalidad en este sector crucial de la vida. Pero también puede
estar sucediendo que hayamos caído en una hipertrofia metodológica a la hora de
enseñar. Un formalismo asfixiante se cierne sobre el sistema educativo y puede empobrecer
el deseo de aprender y de saber, sustituyéndolo por una fiebre del hacer muchas
cosas con poco sentido.
La enseñanza es una tarea
profundamente humana, y esto no se puede olvidar. Hay que saber de lo que se
enseña, investigar en los misterios de la realidad, estudiar, apasionarse por
descubrir una nueva fórmula matemática o buscar una reacción química nunca experimentada.
Y todo esto, pese al peso de los días, buscando un manantial interno y profundo
de alegría vital, que es lo que más convence a los chavales. Es clave recuperar
lo genuinamente humano de la enseñanza para forjar sociedades libres y
creativas.
José Ignacio Moreno Iturralde
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