La dimensión física de la sexualidad es
algo propio de nuestro cuerpo. Se trata de una estupenda realidad; gracias a la
que existimos. Sin embargo, puede llevarse a cabo de un modo desordenado,
provocando problemas en uno mismo y en los demás. Cuando se vive con acierto,
espera, inteligencia, respeto y amor, da lugar a una fantástica aventura: la
familia. Y es en la familia donde la sexualidad conyugal se trasciende y puede
encontrar su dimensión más profundamente humana.
Respecto a la voluntad, tenemos nuestros
objetivos y propósitos. Nos encanta, como es lógico, que todo salga como prevemos.
Pero, de vez en cuando, la vida nos sorprende con imprevistos y cambios de
rumbo. A veces se trata de sorpresas muy gratas, y en otras ocasiones se nos
presentan acontecimientos francamente desagradables. En cualquier caso, la
voluntad no puede funcionar como un GPS predeterminado. La existencia es
demasiado grande para encerrarla en nuestros esquemas. Conviene tener esto en
cuenta porque realizarse no es siempre cumplir la propia voluntad, sino
adecuarse y abrirse a una realidad que nos supera con mucho. Es esto precisamente
lo que nos puede hacer grandes. El amor también tiene que ver con esto:
modificar la propia voluntad por la persona querida.
La inteligencia quiere saber: nos gusta
conocer personas, lugares y cosas distintas. Poco a poco, nos vamos haciendo
una idea de la vida. Pero hay acontecimientos que desafían a la mente, porque
nos resultan muy difíciles de asumir. Por otra parte, necesitamos saber más de
lo que vemos porque la realidad esconde el misterio de su porqué. La
inteligencia está naturalmente abierta a las preguntas profundas sobre el
sentido de la vida, del amor, del dolor y de la muerte. No se puede vivir una
vida plena sin acometer estas cuestiones, y encontrar alguna respuesta.
Hay gente que aspira solamente a tener un buen
trabajo y una posición desahogada, dentro de una satisfacción afectiva
suficiente. El final de la vida sería para ellos una “lógica” aniquilación y
caída en la nada, después de un conjunto de acontecimientos proporcionalmente
favorables. Se trata de un conformismo chato y totalmente insuficiente, que
deja en la cuneta de la historia a muchísimos desfavorecidos y en el olvido del
sinsentido al conjunto de la humanidad.
La fe cristiana, sin embargo, ofrece un
complemento inagotable de sabiduría, que supera la razón humana sin oponerse a
ella. Su libre aceptación no es fruto de un mero mecanismo racional, sino de un
don que colma toda aspiración humana. No se trata de creer en algo, sino en
alguien. Supone darse cuenta de que tras la inmensidad del cosmos, hay un
Corazón personal. Esta lógica de la confianza es la que catapulta la vida
cotidiana, sin abandonarla, a un infinito de conocimiento y de amor a lo grande.
Por este motivo, vivir según la revelación cristiana es el más grande y
maravilloso de los inconformismos humanos. Algo lleno de sentido eterno que,
paradójicamente, nos lleva a conformarnos con días normales y corrientes, pero
que transcurren con la estrella de una vocación divina.
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