Sunday, January 23, 2022

La navegación de la vida


Los veranos de la infancia, junto a la orilla del mar, son recuerdos de felicidad. Entonces no había reloj, ni tareas, sino tan solo un día en el que jugar y disfrutar, sabiéndonos acompañados por nuestros padres. Aunque también aparecían algunos miedos; la mayoría de las veces se trataba de fantasmas de que la propia imaginación sugería cuando uno se sentía solo. 

La adolescencia enjuicia y critica la sencillez y seguridad de aquellas playas. El jovencillo se quiere despegar de la costa y, al no saber navegar bien, da muchas veces vueltas sobre sí mismo en una actitud tan mareante como divertida para el observador. Es ahí cuando aparecen el deseo de aventuras, apuntaladas por las buenas referencias; o, por el contrario, los tristes pasos para iniciarse en derroteros peligrosos, solitarios, o mal acompañados. Algunos se extravían, otros muchos vuelven a la seguridad de la orilla. Poco después, hay quienes se aventuran a meterse mar adentro con la compañía de guías expertos. Surgen luminosas jornadas de mar, con velocidad en la nave, abundancia de pesca, y alegres canciones de marinos. 

Pasado el tiempo, pueden surgir problemas: una conducción imprudente, una galerna, incluso un vuelco de la embarcación. En esos momentos de zozobra, el barco y los marineros se salvarán, si sabiamente se dejan ayudar por naves de aventureros amigos. Tras largas jornadas de reparación, parece que se ha perdido fuerza y tiempo; pero no es así. Se ha aprendido que la aventura se vive en equipo, y que la fuerza del mar requiere mucha ayuda y orientación. 

También se escucharán cantos de sirenas, en islas llenas de atractivo y falsedad. Algunas embarcaciones se pierden buscando encantos mentirosos. Los que quieren seguir el rumbo correcto, más que atarse al mástil como Ulises, trazan una trayectoria inteligente y huyen con valentía de la atracción que descamina. 

Componen la vida de los navegantes maduras jornadas de sol y de estar contentos, largos días de niebla y frío, noches huérfanas de luna, junto con otras llenas de encanto y estrellas. A veces acontecen dramas difíciles de entender. Otros momentos son de enorme satisfacción, al descubrir nuevos veleros que se suman a la aventura. En ocasiones cuesta descubrir el gran valor de una navegación sencilla, llena de trabajo, pero segura y en la dirección precisa. Los días son muy parecidos; pero si se entona la canción del marino con frecuencia, y se comparte el alimento que da vida, permanece en el alma el aroma de la dirección acertada y la alegría de forjar rutas buenas para los que vendrán después. 

El marino veterano ve tormentas, intuye nuevos peligros y siente deseos de amarrarse en algún puerto apacible y cercano, que no es el rumbo a seguir. Pero continúa. Junto a sus compañeros, divisa luces de gloria y nuevas tierras unidas al cielo del horizonte. Se da cuenta entonces de la necesidad de subir más el ancla, de aligerar el peso, de revivir la juventud de la decisión. Por el día mira al Sol y por la noche a la Estrella mayor, tan maternalmente amable. Sabe que buenos amigos ya han llegado a un nuevo mundo, atisba sus señales de triunfo, pero no se siente totalmente seguro de poder llegar. Es la hora de poner esfuerzo, sí; pero dándose cuenta de que la maravilla de la misión humana requiere de dejarse llevar por vientos adecuados, y por marinos más expertos. Qué estupenda satisfacción se experimenta entonces.

Cuando el barco, ya gastado por la travesía, experto en humanidad y limitaciones, se dirige a nuevas angosturas y reveses, lo hace con la seguridad de que al final del mar, donde está la nueva tierra, solo se puede llegar mirando al Cielo. Y en alguna curva del camino logrará ver, llena de luz blanca y de certera alegría, la meta: un mundo glorioso donde aparecen renovados la playa de la infancia, y la alegría de padres, hermanos y amigos. Todo aparece bajo la mirada divina, comprensiva, paciente y amantísima, de la aventura de la navegación propia y la de tantísimos más. Llegar al puerto de la victoria requiere saber navegar; dejándose querer, guiar y aconsejar por aquél que camina sobre las aguas y hace enmudecer la tempestad.

 

 

José Ignacio Moreno Iturralde

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