Saturday, November 16, 2019

La grandeza posible de la dignidad humana



El corazón es el núcleo del que surgen las intenciones más profundas del ser humano. La mirada interior de cada persona respecto a la realidad, y muy especialmente respecto a sus semejantes, puede ser de respeto y servicio, o de dominio y egoísmo.

La mirada de respeto tiende a admirar y agradecer la realidad. En las demás personas se ven familiares, amigos, conciudadanos; aunque haya que superar inconvenientes en la convivencia.

La mirada de dominio, por el contrario, ve el mundo como un producto del que  apropiarse. La relación con los demás se vuelve interesada, también en el intercambio de ideas y de afectos. La voluntad de poder, o mirada de dominio, ha llevado a numerosas formas de explotación de unos seres humanos sobre otros, generando tremendas injusticias a lo largo de la historia. Por otra parte, este mismo deseo de dominar, referido a la tierra, está llevando a preocupantes problemas medioambientales. Sin embargo, la sociedad actual parece no divisar este egoísmo apropiativo en las relaciones afectivas interpersonales.

Cuando una persona es vista por otra como un instrumento de satisfacción afectiva y sexual, se produce una relación cosificadora, despersonalizadora. Tal relación termina por generar ruptura y rechazo. La afectividad entendida como ejercicio de espontaneidad y privada de su conexión con la íntegra dignidad de la persona, provoca un grave deterioro humano. Por ejemplo: la ruptura voluntaria de los exigentes lazos familiares hace más volubles y vulnerables a hombres y mujeres.

Frente a lo anterior, la visión de respeto y servicio supera el yo, abriéndolo a la medida de la realidad. Los seres del mundo, muy especialmente nuestros semejantes, son respetados instaurando una ética del cuidado. Las relaciones de amor interpersonal surgen a partir de este respeto a nuestra naturaleza. La conyugalidad de varón y mujer es vista entonces como una comunidad de personas mutuamente entregadas, y abiertas al posible surgimiento de la alegría de los hijos.

La visión cristiana añade a la identidad de la persona, incluida su cuerpo, la condición de imagen y semejanza de Dios. La redención supone la ayuda divina para pasar de un estado de deterioro y concupiscencia, a otro de servicio y de amor. Por este motivo “el corazón se ha convertido en el campo de batalla entre el amor y la concupiscencia”[1].

Pese a todos nuestros errores y fragilidades, la persona humana está llamada al respeto a la tierra que nos sustenta y, sobre todo, a la dignidad de los demás; es decir: al establecimiento efectivo de relaciones de justicia, de amistad y cordialidad; tanto en el plano social como, con mayor motivo, en el familiar.

El cristianismo no es algo extraño a nuestra naturaleza, sino Alguien profundamente acorde con el espíritu humano, que ayuda a cada persona a llevar libremente a cabo las exigencias de su dignidad.

                                                                                            

José Ignacio Moreno Iturralde



[1] La redención del corazón. Juan Pablo II, pp72-73. Palabra, Madrid 1996.


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