Aquellos veranos blancos de la infancia, se
coloreaban en septiembre con el cumpleaños de un chaval. En el chalet de
verano, su familia celebraba la fiesta del crío, invitando a merendar a todos
sus amigos. Incluso venían algunos muchachos desconocidos, movidos por la
llamada de los bollos y las coca-colas. Al recordar aquellos lejanos y nítidos
días, llama la atención la figura del ama de casa y cocinera,
verdadera alma de la fiesta. Entre tanto trajín y trabajo culinario, rodeada
por el júbilo de la chavalería y la alegría de su hijo, esa mujer era feliz y
hacía felices a los demás. ¿Tal ver fuera por ser una mujer de postguerra con
pocos estudios? ¿Quizás porque aquella era la única manera que tenía de
realizarse? La respuesta es otra: se comportaba así por su desarmante sencillez.
Tenía un modo genuino, luminoso y profundamente humano de ser mujer.
José Ignacio Moreno
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