Hablando con un alumno mío de 2º de Bachillerato, le sugerí
la posibilidad de charlar con el sacerdote capellán del colegio en el que
estábamos. Como este alumno no tenía práctica religiosa frecuente, le dije que
podría hablar con ese cura con experiencia de muchas cosas, por ejemplo de las
carreras universitarias. El chaval
accedió. Después de un tiempo después le encontré otra vez por el cole y
hablamos de nuevo. Estaba contentísimo. Se había confesado, cosa que no hacía
desde una buena temporada. Me quedé bastante asombrado... Lo que había sucedido
es que el sacerdote le había dicho al chaval que él –el chaval- pensaba que
porque se portaba mal estaba triste. Pero que esto no era verdad. Ocurría lo
contrario: porque estaba triste se portaba mal. Esta reflexión animó mucho al muchacho.
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