A un buen amigo sacerdote le ocurrió, hace años, la
siguiente historia. Estaba celebrando misa en un pueblo, con asistencia de
bastante gente. En medio de la celebración se acercó al altar un tipo rarísimo,
vestido con unas calabazas, y con un bastón en la mano gritó: “¡Soy el profeta
Jeremías!”. El ambiente se puso tenso. Mi amigo el sacerdote le dijo lo
siguiente: “Vamos a ver, Jeremías, yo he llegado primero; cuando termine,
vienes tú”. Ante tal muestra de sentido común, el extraño individuo dijo: “Pues
es verdad”, y se fue. Asunto solucionado y la misa pudo continuar con normalidad.
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