Fragmento
de la Carta del Prelado del Opus Dei (marzo 2011):
“San
Josemaría hacía observar que esta práctica espiritual es algo común en la
Iglesia desde los primeros siglos: siempre que una persona buscaba prepararse
para una misión, o, simplemente, notaba la urgencia de corresponder con mayor
entrega a los toques de la gracia, procuraba intensificar su trato con el
Señor. Retiros los hacían ya
los primeros cristianos. Después de la Ascensión de Cristo al Cielo encontramos
a los Apóstoles y a un grupo numeroso de fieles reunidos dentro del Cenáculo,
en compañía de la Virgen Santísima, esperando la efusión del Paráclito que
Jesús les había prometido. Allí los halla el Espíritu Santo perseverantes unanimiter
in oratione ( Hch 1, 14), metidos en la
oración. De igual modo se
comportaron aquellas almas que en la primitiva cristiandad, sin apartarse de la
vida de los otros, se entregaban a Dios en sus casas; y los anacoretas que
marchaban a los desiertos, para dedicarse en soledad al trato con Dios... ¡y al
trabajo! (...). Todos los cristianos que se han preocupado sinceramente por su alma,
han hecho de un modo u otro sus retiros. Porque se trata de una práctica
cristiana”.
Desde
los primeros años de la Obra, nuestro Fundador concedió gran importancia a esos
tiempos dedicados exclusivamente a la oración y al examen, que resultan muy
necesarios para mantener vibrante la vida interior. ¿Qué haremos tú y yo en estos días de
retiro? , se preguntaba en una
ocasión; y respondía: tratar mucho al Señor,
buscarle, como Pedro, para mantener una conversación íntima con Él. Fíjate bien
que digo conversación: diálogo de dos, cara a cara, sin esconderse en el
anonimato. Necesitamos de esa oración personal, de esa intimidad, de ese trato
directo con Dios Nuestro Señor ".
En el
comienzo de su Pontificado, Benedicto XVI volvía a recomendar los días de
retiro espiritual, “particularmente los que
se hacen en completo silencio”.
Y en el tradicional Mensaje para la Cuaresma de este año, refiriéndose al
Evangelio del segundo domingo, el de la Transfiguración del Señor, insiste: “es la invitación a
alejarse del ruido de la vida diaria para sumergirse en la presencia de Dios:
Él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades
de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal (cfr. Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir
al Señor”.
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