España entera ha visto pasar por sus calles al Divino Crucificado, el del Gólgota, el Salvador. Estremece la figura de Cristo en la Cruz. Él, Dueño de la Vida, aceptó la muerte y una muerte en Cruz, clavado su cuerpo al madero con duros clavos. ¿ Por qué, Él que tenía todo el poder en la Tierra y en el Cielo? "Con un bautismo de sangre tengo que ser bautizado, y ¡qué angustia la mía hasta que se cumpla!" (Lc 12,50). Sí, fue por amor, sólo por amor, misterio insondable. Mirándole a Él, ¿habrá cristiano que se queje de su dolor? ¡Cuánta fuerza tiene la Cruz que hasta nuestro dolor puede convertir en gozo con sólo la vista o el recuerdo del Crucificado! Pero la Cruz no es la meta. La meta es la Resurrección. Jesús nos adelantó a todos en ese Camino. Nuestro destino es el Cielo, no el dolor. El gozo eterno es un regalo, por tan poco… Mientras, Jesús tuvo un Cirineo. Nosotros, como cirineo, lo tenemos a Él: basta mirarle para experimentar consuelo. Nuestra esperanza da sentido a la vida y al sufrimiento, y llena de alegría interior inmensa.
Josefa Romo
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