“Conviene que un hombre muera por el pueblo”. La expresión genérica “el pueblo” esconde los intereses personales de todos los indignos que han buscado, por encima de todo, sus intereses lamentables a costa de la vida de quien hiciera falta. El conjunto de los inocentes asesinados en la historia –por ejemplo, las víctimas de los campos de exterminio- son los arrojados de la vida por la lógica del poder. Actualmente, las terroríficas cifras de vidas humanas masacradas en el seno de su propia madre y los embriones humanos congelados constituyen una faceta oculta del rostro espantoso del mal; velado por la técnica, el negocio, la legalidad, la ruptura del sentido común y la hipocresía más repugnante.
Los cristianos creemos en que el mismo Dios se ha hecho “Cordero propiciatorio”, hombre y víctima de una muerte tremenda aceptada libremente por Amor. Dios-carne crucificada se ha hecho uno con todos los inocentes ejecutados de todos los tiempos. El rostro de su agonía es la Cruz, la estrecha puerta por la que entramos a entrever la Cara inefable y gloriosa del Dios vivo. Dios-Eucaristía-Resucitado supone el consanguineamiento divino con todos los hombres de buena voluntad, especialmente con los más vejados y desamparados, como Él estuvo. Jesús de Nazaret es la respuesta superabundante e imprevisible a todas las barbaridades cometidas en el mundo. Cristo ha sacado de toda esa ingente basura el material para pagar por nuestros pecados. Hay que corresponderle con la propia vida; por amigo, por hermano, por Padrazo Dios loco de Amor por sus hijos. Jesús es la respuesta de la fe y la respuesta a la historia humana.
José Ignacio Moreno Iturralde
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