Thursday, March 07, 2024

La paradoja de la imagen

En el mundo actual, la importancia de cuidar la propia imagen está fuera de toda duda. Cuidar la presentación es requisito indispensable para progresar, y tener una reputación lo más atractiva posible; tanto personal como empresarialmente.

También es cierto que cuando observamos a personas, jóvenes y mayores, excesivamente preocupadas por su imagen, sentimos un cierto rechazo, que puede incluso contener algo de sarcasmo. No deja de ser algo un poco cómico el trágico mito de Narciso, en el que un hombre se enamoró de su imagen reflejada en un lago hasta caer en él y ahogarse. Los ojos no están hechos principalmente para mirarse a sí mismos sino para mirar a la realidad, especialmente a los demás.

En nuestro atormentado mundo audiovisual hay catástrofes pavorosas, que los medios de comunicación nos recuerdan con una frecuencia, en ocasiones, algo enfermiza. Tan cierto como lo anterior, es nuestra experiencia del trato con personas normales y corrientes que son estupendas. Existen, lo sabemos, excelentes camareros, enfermeras, profesores o bomberos, por citar unos pocos ejemplos. Ciertamente es ridículo caer en una opinión dulzona, donde todo el mundo es estupendo; no es así: hay tipos de cuidado. Pero puede ser patética la actitud que ha hecho de la visión negativa y de la queja una constante en la vida, porque solo detecta problemas propios y egoísmos ajenos. Frente a lo anterior, hay que afirmar que existe mucha gente buena; y muchos de ellos y ellas no salen con frecuencia en la televisión, ni en internet.

En algunos casos nos encontramos con auténticos maestros del vivir, que poseen una aptitud hacia el sentido positivo de la vida. En esto el temperamento influye, pero es cuestión también de carácter, que es lo que hacemos con el temperamento. Eso significa que trabajarse un buen carácter supone actos de virtud. Muchas de estas personalidades atractivas y entrañables, han experimentado en carne propia fragilidades, errores y desengaños. Pero han sabido superarlos y son, muchas veces sin darse cuenta, referencia para quienes tienen la fortuna de conocerles.

Un desapego absoluto por la propia imagen no parece humano, pero cierto desentendimiento de los propios logros tiene algo de elegancia y de grandeza. Cuando alguien, en temporadas estelares, está más preocupado de sus familiares y amigos que de sí mismo, suele encontrarse más feliz. Si uno encuentra un motivo sólido para ayudar a quienes le rodean parece que su vida cobra ligereza, pierde el peso demoledor del propio yo. Y esa especie de ingravidez se parece a la de una estrella en el firmamento. Cuando uno encuentra su estrella, su vida tiene un rumbo, un sentido. Esto da alegría, e invita a compartirla con otros.

A lo largo de la vida hay quienes consiguen sus sueños de juventud, incluso de infancia. Muchos otros no; tienen que coger la vida como viene. A veces viene con unas realidades mejores que aquellos sueños tan humanos. Es bonito destacar en algún aspecto y ser famoso y admirado. Pero es más bonito ser querido por quienes conocemos, aunque nuestra vida no tenga una influencia socialmente visible. La inmensa mayoría de las personas se encuentra en esta última situación. Cuando uno es un tipo discreto, está más en condiciones de admirarse ante una realidad magnífica donde hay mucha gente a la que ayudar y de la que aprender. El cristianismo revela a tantas personas sencillas el enorme valor de sus vidas. La sencillez nos hace aceptarnos como somos: personas llenas de limitaciones, pero abiertas a la grandeza del mundo y de su Creador.

El cristianismo afirma que el hombre es imagen y semejanza de Dios; es decir: un ser para ser querido y para querer, y no por un amor cualquiera. El amor que nos hace grandes pasa por el reconocimiento de nuestra pequeñez. Cuando no andamos excesivamente preocupados de nuestra imagen, podemos encontrar con más facilidad la imagen de Dios en nosotros; y con ello nuestra verdadera identidad. Surge entonces una alegría radiante, que viniendo de lo divino nos hace más humanos. Y es entonces cuando los seres humanos encuentran un motivo convincente, a pesar de los pesares, para respetar la imagen de los demás, porque desde este baluarte de la igualdad, la fraternidad se reconoce más fácilmente en muchos rostros.


José Ignacio Moreno Iturralde

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