La sombra del castillo de
Herodes es alargada. En una noche con luna, esa imponente fortaleza de poder
proyectaba su silueta, como quien quisiera poseer con sus garras de autonomía y
poder todo lo que le rodeara. No muy lejos, en una pequeña gruta había luz, la
luz de la familia; y en el firmamento, una formidable estrella señalaba la
presencia del niño rodeado por el cariño de sus padres.
Se trataba de dos modos
de vida muy diferentes: por un lado, el castillo lleno de comodidades, armas y
arrogancia; por otra parte, el pesebre rodeado de pobreza, humildad y alegría. Sin
embargo, las sombras son por las luces, no las luces por las sombras. La
oscuridad repetiría sus intentonas a lo largo de la historia, dejando siempre
tristeza, sinsentido y fracaso. La luz se propagaría por el mundo entero, renovando
la vida de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, en medio de las
calmas y tempestades de los siglos.
Actualmente son muchas
las sombras que se ciernen sobre el mundo. Una destacable es el oscurecimiento
del valor de la vida del niño concebido y no nacido. La muerte de tantos seres
humanos indefensos, en una actividad industrial legalizada a gran escala, es
vista incluso como una conquista de derechos y libertades. Se trata de un
retorcimiento de la realidad con más curvas que las de una serpiente, como aquella
que incitaba a que fuera el hombre y la mujer los exclusivos creadores de su
propio bien y mal.
Defender la vida humana desde
la concepción es algo profundamente humano. No puede ser calificado de
confesional; del mismo modo que sería perverso afirmar que el maltrato a las
mujeres es solo una exageración del confesionalismo feminista.
A la relativización de la
vida del nonato, ha seguido otra de la maternidad y de la paternidad. La
realidad de la familia se está difuminando, también la comprensión del hombre y
de la mujer. Pero el ser humano es familiar: somos nuclearmente hijos e hijas.
Necesitamos de ese hogar donde se nos quiere a cada uno por nosotros mismos,
donde se nos pone un nombre y se nos anima a vivir con decisión y buen ánimo.
Ciertamente la familia supone esfuerzo, superación, fidelidad: virtudes
necesarias para forjarnos como personas. Por supuesto que puede haber
situaciones de ruptura complejas e insostenibles: una casa se puede venir abajo
por diversos motivos; y habrá que recomponerse de alguna manera, quizás muy
buena. Pero otra cosa distinta es pretender edificar el hogar sobre la grieta
del egoísmo: así solo terminan por quedar intereses individuales, tristeza y
soledad.
Hay que levantar la
mirada, cada uno tiene que descubrir su estrella. Si pone empeño la descubrirá;
y allí encontrará también el calor y la luz de su familia.
José Ignacio Moreno
Iturralde
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