Un cerebro en construcción, en
búsqueda de su identidad personal, puede ser una idea central del libro de
Natalia López Moratalla (catedrática de universidad, experta en las relaciones
entre cerebro y mente), titulado “El cerebro adolescente” (Rialp, 2019, 222
páginas).
En la adolescencia, buena parte
de la sustancia gris del cerebro pasa progresivamente a ser sustancia blanca.
Se trata de una especie de “poda” de factores neurológicos, por la que se van
perfilando distintas funciones cerebrales. Es lógico, por tanto, que el
adolescente encuentre en su vida cierta confusión, ya que está pasando por una
fase en la que tiene que irse aclarando con su cerebro.
Otra de las ideas dominantes de
esta obra es la conquista del autodominio. La integración de diversos aspectos
personales es un logro crucial. Si bien las motivaciones positivas son muy
valiosas, la supresión de la idea de que los actos negativos conllevan
responsabilidades, es un engaño para el cerebro. Eliminar toda corrección con
consecuencias de la conducta del adolescente es un engaño para él, un engaño
personal y neurológico.
El adolescente busca notoriamente
su identidad, necesita imperiosamente hacerlo. Por este motivo, un entorno
familiar adecuado, con una psicología positiva y amable, es clave en la
configuración de su personalidad. La autora explica también las causas
cerebrales por las que la mujer madura antes que el hombre. Otra cuestión
significativa es la importancia que López Moratalla da, en el conocimiento, al
uso de la memoria y a las relaciones personales reales. Pese a la existencia de
internet, los contenidos conservados y asimilados personalmente son claves en el
conocimiento. También lo son, y de modo importantísimo, las relaciones
personales cara a cara.
La sexualidad es una dimensión
personal, cerebralmente inscrita en los núcleos hipotalámicos, que establece
profundas relaciones personales. Una sexualidad madura y llena de compromiso y
significado es el origen de la familia, una dimensión nuclearmente humana. Por
el contrario, una conducta que conlleve a relaciones sexuales descomprometidas
y precoces produce una problematización y lesión en las estructuras neurológicas,
que soportan la identidad personal. El adolescente tiene que aprender a
integrar su sexualidad en su personalidad.
Son interesantes las
diferenciaciones que la autora establece entre lo cerebral y lo mental. Este
último aspecto es inmaterial, pese a estar muy relacionado con las funciones
fisiológicas del hipocampo. Lo mental dota de significado a muchos de los datos
contenidos en el cerebro.
El “cableado” neuronal, que se va
configurando en el cerebro, es diferente para el hombre y para la mujer. La
mujer interpreta y responde las situaciones que le toca vivir con una mayor
complementariedad entre los dos hemisferios cerebrales. Lo empático y emocional
está, en la mujer, más relacionado con lo analítico que en el hombre. La
diferencia y complementariedad entre mujer y hombre tienen una expresión
cerebral notoria y evidente.
Las adicciones son objeto de un
capítulo en el que se explica cómo estas conductas suponen un engaño para el
cerebro, aportándole fraudulentamente unas dosis de dopamina, neurotransmisor asociado con la satisfacción,
que no se corresponden con la realidad. Se hablan tanto adicciones materiales
como conductuales, por ejemplo: la excesiva dependencia a los video juegos.
Una nueva idea sería la de
destacar la íntima conexión entre lo emocional y lo cognitivo. La relación
entre ambos factores está profundamente ligada y es, por tanto, complementaria.
La adolescencia, para la autora, no es un problema sino una magnífica
oportunidad para desarrollar el propio proyecto personal.
José Ignacio Moreno Iturralde
Enlace al libro: https://www.rialp.com/libro/el-cerebro-adolescente_94608/
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