Cuando uno se va haciendo mayor, se da más
cuenta de lo rápido que pasa una vida. También es frecuente observar como hay
bastante gente buena, a la que no le sonríe la fortuna. Incluso resulta
hiriente comprobar la cantidad de personas que sufren serios males, sin tener
culpa alguna. La tentación del sin sentido permanece agazapada y, a veces,
intenta saltar sobre nuestra conciencia. Pero todo esto puede obedecer a un
error de apreciación.
La
Navidad muestra que muchas cosas no son como parecen, que la vida “está al
revés”: todo un Dios que se manifiesta en un recién nacido, una maternidad que
se produce en una Virgen, unos sabios y ricos que hacen un largo viaje para
postrarse de rodillas ante una familia humilde.
El
núcleo del cristianismo no tiene nada que ver con lo absurdo, sino con una
paradoja llena de significado: esta vida no es la definitiva. Se trata de una
lógica que no es exclusivamente religiosa, sino también profundamente humana. Cada
ser humano, especialmente el niño indefenso -incluido el que vive confiado en
el seno materno- tiene una inmensa dignidad. Los dolores y las contradicciones,
“dados la vuelta”, son fuente de sabiduría. Además, así se valoran mejor las
frecuentes cosas gratas y estupendas que suceden en la vida, y uno se esfuerza
con esperanza por mejorar el mundo todo lo que sea
posible. Y si llega alguna noche oscura, es la ocasión de estar serenos y atentos
para ver una estrella que luce con sentido y alegría.
José Ignacio
Moreno Iturralde
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