Los profesores somos conscientes de la
importancia de la unidad familiar sobre cada uno de nuestros alumnos. El cariño
de una familia es de un valor insustituible para los hijos y las hijas. Toda la
educación académica descansa sobre la educación afectiva, cuya protagonista
principal es la familia.
Los hijos son un gran motivo para la fidelidad
matrimonial; pero el amor conyugal se ve sometido, en ocasiones, a pruebas y
arideces. Sin embargo, la renovación cotidiana del sí al amor conyugal genera
personalidades maduras y familias felices. Es verdad que pueden darse
situaciones difíciles y, tal vez, insostenibles, pero lo más habitual será
educar el corazón en cosas pequeñas de cada día: saber ceder, pedir perdón,
pensar en los demás…
El corazón puede ser algunas temporadas el
loco de la casa. En ocasiones anhela aventuras y caminos inexplorados que, de
seguirse, podrían conducir a barrancos de fracaso. La vida cristiana refuerza y
renueva la vida familiar, repleta de alegrías y de sacrificios. El trato con
Dios nos ayuda a descubrir que el problema de lo que nos ocurre, muchas veces no
está fuera sino dentro de nosotros mismos.
Pienso que una ruptura familiar no debe
asociarse con un fracaso definitivo, porque hay renglones torcidos que pueden llegar
a componer una sabia escritura. Pero lo que nuestra sociedad no puede olvidar,
es que la fidelidad conyugal ayuda poderosamente a la felicidad de los hijos y
al revés: la felicidad de los hijos refuerza la unidad de los esposos y su
felicidad personal.
José
Ignacio Moreno Iturralde