Al levantarse, uno puede tener
muchos motivos para hacerlo; algunos urgentes y poco emocionantes. Podemos
encontrarnos también con algunos problemas: familiares, de salud,
profesionales. Hay temporadas que se nos presentan bastante cuesta arriba.
Hemos de convivir con algunas situaciones y personas que no son de nuestro
agrado. En ocasiones, parece como si la nueva mañana no estuviera diseñada para
nuestros gustos y legítimas aspiraciones. Volvemos a ver un mundo que nos
resulta un tanto cansino y fastidioso, aunque tenga sus buenos momentos. La
jornada puede vivirse como algo que no nos realiza plenamente. Pero un día
distinto, surge un cambio de interpretación…
El mundo que me toca vivir es el
mundo de los demás. Cada mañana nos encontramos con nuestros familiares, colegas
de trabajo y amigos. Todos ellos son unos personajes con multitud de cosas
positivas, y con defectos; como nosotros mismos. Es el mundo real donde puedo
ayudar a los demás; con madurez y sin ser ingenuo. El fantástico y exigente lugar,
muchas veces distinto a mis apetencias sentimentales, donde me encuentro con la
alegría de compartir, animar, aguantar, enseñar, aprender, perdonar, pedir
perdón, llorar y reír. Paradójicamente, ese mundo de los otros es el mío. El
mundo del trabajo, de las prisas, de las colas… es plenamente mío, precisamente
porque no lo he diseñado con mis apetencias; es el mundo que está fuera de mi
epidermis: el barrio de la alegría.
Lo que tiene orden tiene sentido,
verdad, bien, belleza. Hay oscuridades, sí; pero las sombras son por las luces,
no las luces por las sombras. Continuarán las desgracias de los telediarios y
algunos problemas, quizás serios o tal vez no tanto. Pero desde la nueva
interpretación de las cosas, la vida irradia alegría y afirmación desde dentro
de sí misma. La verdad íntima de la realidad muestra discretamente la fuente de
sentido y plenitud de la que procede. Empezamos a valorar más la luz, los
colores, las caras de las personas, los defectos superados con un poco de buen
humor. Se comienza a comprender que la estructura del mundo está hecha de profunda
alegría. El marco de las situaciones cotidianas pasa a entenderse como un
extenso y luminoso lugar de plenitud personal. Es entonces cuando uno tiene
ganas de sonreír y cantar.
José Ignacio Moreno Iturralde
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