La
dotación de sentido desde fuera de uno mismo se basa en que
nuestros sentidos, inteligencia, voluntad, corazón, se activan gracias a
la realidad exterior. Por otra parte, la realidad tiene unos principios
fundamentales que son condición de sí misma: la no contradicción, la
causalidad, la relación profunda entre verdad, bien y belleza, entre otros. La
arquitectura de la realidad tiene una ordenación que remite necesariamente a un
principio ordenador. Nuestro mundo actual valora mucho la autonomía de la
conciencia, pero se olvida con frecuencia de tantas cosas que nos han sido
dadas desde fuera; por ejemplo nuestra propia vida.
La
originalidad puede entenderse como ir a los orígenes. Cuando uno va a su
pueblo, a su patria chica, uno se encuentra bien, a gusto. Pero hay niveles más
profundos de originalidad. La persona humana tiene una tendencia a abrirse a la
realidad; especialmente a los demás. Paradójicamente, el hombre tiene otra
tendencia a cerrarse en sí mismo. De la lucha entre ambas fuerzas depende el
valor de la propia vida. Por esto la vida es para unos motivo de felicidad y,
para otros motivo de angustia. De esto se deduce que el que piensa en los demás
es profundamente original.
La unidad en la pluralidad puede entenderse recordando cuando estamos en
un ambiente grato, por ejemplo en una fiesta con gente a la que estimamos.
Allí, el tiempo se nos pasa volando. Estando en relación con los demás
-conocidos y estimados - somos más nosotros mismos. Los demás nos revelan parte
de nuestro yo. Las alegrías de aquellos a quienes queremos son también
nuestras.
Lo visible esconde lo invisible, pero remite a ello. Un símbolo es una
representación de la realidad; por ejemplo una señal de tráfico que remite a
una orden de circulación, o un cuadro que remite a su autor. La realidad,
también la propia personal, es simbólica: remite a un núcleo de dotación de
sentido que va más allá de sí misma. La realidad esconde un gran misterio.
Hecho este apretado resumen es hora de apuntar hacia un norte que aglutine
todas estas ideas. Todos los razonamientos y esfuerzos filosóficos dependen de
un misterio, que es fuente de realidad y de vida. La palabra latina sacramentum
significa misterio. La Iglesia Católica, desde el comienzo del cristianismo, se
ha edificado en torno al sacramento de la eucaristía. Sin desarrollar ahora una
explicación extensa de esta cuestión, lo que la Iglesia afirma es que Dios se
hizo hombre, murió y resucitó para nuestra salvación. Además, asegura que Dios
está verdadera, real y sustancialmente en la eucaristía,
el pan consagrado en cada misa, pan que es el cuerpo y la sangre de Cristo, que
se ofrece por nuestra salvación eterna. La llave que abre el sentido del mundo
tiene forma de cruz. Se trata de una verdad de fe que supera las posibilidades
de la razón, sin ser irracional.
Cristo, el Verbo de Dios, da sentido al mundo y entra
a formar parte de él. Nos invita a ser originales; es decir: a darnos cuenta de
que nuestra condición nativa es la entrega y el servicio a los demás. Es una
entrega que desvela el sentido de la alegría y del sufrimiento humanos. Nos
relaciona entre nosotros de tal manera, que la identidad de cada persona
queda enriquecida en la convivencia y participación en la vida de nuestros
semejantes. Nos desvela, en la medida que es posible en este mundo, el misterio
de nuestra existencia en relación con Dios, uno y trino. Dios, familia y
comunión, nos hace partícipes de su vida eterna a través del misterio de su
Encarnación.
El valor de la Cruz de Cristo y de la Eucaristía son verdades de fe, avaladas
por la historia. Pero en ellas se desarrollan de modo eminente las ideas que
antes hemos desarrollado . El Verbo de Dios, que vive, muere y resucita por
nosotros, da sentido divino al mundo humano. Es ejemplo máximo de donación a
los demás. Es fuente de unión entre la pluralidad de los hombres, a través de
la comunión con su Cuerpo. Es presencia real visible del Dios invisible. La fe
en la divinidad de Cristo solo es alcanzable por la fe, pero si esta fe se
tiene, los principios fundamentales de la realidad, asequibles a la razón
humana, adquieren su más plena realización. Si con la ayuda de Dios se acepta
la realidad del misterio eucarístico, las ideas racionales y filosóficas que
hemos expuesto anteriormente quedan asombrosamente enaltecidas
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