Si la historia
del universo ocupara un año parece que la aparición del ser humano tendría
lugar el 31 de diciembre. Podemos pensar que respecto a los 13.000 millones de
años que parece tener el universo cada una de nuestras vidas es algo
insignificante. ¿Cómo vamos a conocer el sentido de nuestra vida si no tenemos
la referencia global del sentido del mundo? Sería algo así como determinar el
valor de un cinco sin saber si esa nota cuenta sobre cinco, sobre diez o sobre
cinco mil. Algo parecido es lo que plantea el pensador austriaco Wittgenstein
en su obra “Tractatus”. Afirma que el sentido del mundo debe de quedar fuera
del mundo y que “Dios no se revela en el mundo”.
Al
respecto se pueden objetar varias cosas: Si todo conocimiento es circunstancial
y relativo llegamos a la consabida contradicción de establecer el dogma del
relativismo. Por otra parte aunque una persona viva no muchos años sin salir de
su propio pueblo puede darse cuenta de la existencia de verdades generales que
son válidas para todo espacio y tiempo como son los primeros principios: el
principio de no contradicción, el de causalidad; o, simplemente, que dos y dos
son cuatro. Es decir: en experiencias temporales y concretas nos damos cuenta
de principios generales que son condición necesaria para la realidad. El
sentido del mundo y de la propia vida puede ser captado satisfactoriamente,
aunque no exhaustivamente.
Wittgenstein
escribió otra obra llamada “Investigaciones Filosóficas”. Aquí se va a mostrar
partidario de que el sentido de las palabras no tiene nunca un valor objetivo y
permanente sino circunstancial y pragmático. El sentido de cada palabra sería
el significado concreto que se le quiere dar por una persona determinada en un
momento concreto. Sin embargo, frente a estas afirmaciones conviene recordar
que por ese camino volveríamos a llegar a la contradicción relativista que
establece como fijo la circunstancialidad total de los significados de las
palabras y de las cosas. No es así: las palabras designan la naturaleza o
definición de las cosas, que mantienen una identidad permanente a lo largo de
los cambios.
Las
verdades parciales se sostienen si existe una verdad absoluta, como explicó
Agustín de Hipona. El sentido de las palabras sólo puede ser verdaderamente
significativo si queda sostenido por una palabra absoluta: “En el Principio
existía el Verbo (la Palabra) y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios”[1]
. Dios sí se revela en el mundo.
José Ignacio Moreno Iturralde
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