Cerca de mi casa hay un hombre de color que se pasa la mayor
parte del día pidiendo a la salida de un centro comercial. Es un tipo joven,
sereno, simpático. Hemos intercalado saludos y alguna discreta sonrisa. Muy
pocas veces le he dado limosna. En dos ocasiones le he ofrecido ropa que me
sobraba, y él la ha aceptado gustoso. Una vez charlamos con un poco más de
detenimiento; se llama Emanuel. Durante una “operación Kilo” de un Banco de
Alimentos, para recoger comida destinada a necesitados, él también compró algo
del supermercado y lo donó para ese fin. Desde hace algo de tiempo, en que
reparé en su nombre, su presencia diaria me resulta más inquietante y asombrosa.
José Ignacio Moreno
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