“Es frecuente sentir miedo a la dureza de la vida: estamos
en un siglo en el que se rinde culto a la comodidad, al confort y a evitar todo
esfuerzo. De esto a la blandenguería no hay más que un paso. Se comprende que
una viejecita, un enfermo y una señora gorda tengan miedo al cansancio, al frío
o al golpe; pero un mocetón joven que caiga en estos miedos merecería ser
descalificado como deportista, como joven y como mocetón.
Las madres no siempre aciertan cuando toman medidas para que
sus hijos estén sanos: tienen grandes sustos cuando se rompen un hueso porque
no saben que, para un chico joven, romperse un hueso es cosa de dos semanas, y,
en cambio, no se asustan cuando el chico se vuelve un perezoso sinvergüenza,
cosa que a veces no se cura ni en seis meses. También se asustan cuando el
chico enflaquece, y no se asustan cuando engorda, sin saber que esto puede ser
grave.
La madre de un aviador amigo mío le despedía siempre
diciéndole: vuela bajito y despacio, sin saber que estas dos cosas son las más
peligrosas que hay en el vuelo. Por el contrario, hay que hacer ver a las
madres, abuelas y demás personas tendentes a la blandura que el golpe, el
rasguño, el rasponazo, el pellizco y el morrón son saludables porque activan la
circulación de la sangre y dan agilidad.
El cansancio no sólo es bueno hasta el grado de resoplar,
sino que sigue siendo bueno hasta grados mucho más elevados: lo que vulgarmente
se llama agotamiento, no es más que un moderado principio de salud; no hay que
preocuparse por él: afortunadamente estos avisos del cuerpo están puestos con
un alto grado de seguridad, y están muy lejos de lo que podría ser perjudicial.
Un hombre no se muere ni con el doble de esfuerzo que le ha hecho llegar hasta
el agotamiento. Sabios investigadores aseguran que el hombre y el perro de caza
por ahí se andan, y que a estos dos les conviene más bien estar “delgados y
hambrientos”.
Cuando se mueve uno con cierta naturalidad en el mundo de
los porrazos, arañazos, hambres, esfuerzos y similares, se descubre que no pasa
nada, que luego se tiene un gran bienestar y sensación de equilibrio mental y
muscular, junto con una gran predisposición a la alegría. Por el contrario, si
uno se queda quieto y protegido leyendo toda una tarde, es fácil que se vuelva
hipersensible, susceptible, temeroso de todo y termine por exigir agua tibia
para lavarse.
La vida dura es muy saludable para la mente, hágase la
prueba: escríbase en un papel la descripción de la actuación de un hombre con
cierta culpabilidad y circunstancias atenuantes. Póngase a continuación el
juicio que nos formemos y la sanción que le impondríamos. A continuación súbase
un monte corriendo hasta llegar al agotamiento; bájese luego a tumba abierta y
léase de nuevo el papel. Se verá como el juicio anterior aparece como injusto,
y la sanción como el triple de la que merece de verdad.
Otra sencilla prueba puede realizarse cualquier día de esos
en que a uno le parece mal todo lo que le dicen; basta meter los dedos en un
enchufe y procurar mantenerlos unos segundos: se verá como en seguida se
retorna a la normalidad (que consiste en que de cada tres cosas, dos parecen
bien y una mal).Cuando uno llega a estos estados de susceptibilidad, en que
casi todo resulta ofensivo, basta que pruebe a pegar puñetazos en la pared
hasta llegar a que se marquen los nudillos: rápidamente mejora muchísimo. Si se
llega a la indignación, puede salirse de ella con solo echarse un vaso de agua
fresca por el cogote o dar unas volteretas por el suelo hasta que se inicie el
mareo. Dos amigos pueden ayudarse mutuamente por medio de la bofetada estoica,
juego persa que consiste en aguantar que el uno le dé al otro la bofetada del
calibre que quiera para después escoger entre devolvérsela o retirarse; se
recuerda que nunca puede uno retirarse después de dar: solo puede hacerse
después de recibir.
Conviene no olvidar que la vida dura debe alcanzar muy especialmente
a la alimentación: para ello es muy aconsejable el camping con avituallamiento
irregular. Una situación conveniente puede ser la de tener que vivir varios
días con arroz solo, el cual para variar se hierve a veces con piñas y otras
veces con cardos: así el paladar se acostumbra poco a poco a gustar los suaves
matices de los sabores naturales, y
luego se come con más apetito y aprovecha más a la salud. Para hacer más
llevadero el ensayo pueden ponerse nombres franceses a estos platos y escoger entre varios de
ellos escritos en un papel.
La sed se domestica perfectamente mordiendo limones en vez
de beber líquidos durante las travesías por lugares desérticos. El frío se
combate muy bien con el deporte finlandés llamado panza-ski, que consiste en
lanzarse por las laderas con la panza sobre la nieve: de esta forma siempre
entra nieve por el cuello de la camisa y sale por los pantalones después de
haber refrigerado la panza; recorridos así varios kilómetros, se puede llegar a
la ciudad y mirar con una sonrisa a los que salen del cine con el cuello del
abrigo subido. Si al final de la ladera hay un río o laguna helada, se puede
romper el hielo con el mismo impulso que se llevaba, y para ello basta
practicar el panza-ski en bañador. Se queda así inmune a los catarros durante
tres meses; además, no se protesta cuando la calefacción se estropea.
En las épocas de falta de decisión o decaimiento moral es
muy aconsejable poner el colchón de la cama al final del pasillo y llegar a él
corriendo de forma que el salto mortal se inicie tres metros antes del colchón
para quedar sentado en él. Se observa en seguida que cesa el abatimiento y se
empieza de nuevo la vida con decisión y coraje.
En fin, la vida dura, en todas sus manifestaciones está al
alcance de todos y si se usa a menudo se vive contento, se supera cualquier
situación, y se hace uno mejor”. (Agapito Otiz, Folleto MC).
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