Soy profesor de 2º de
Bachillerato y me da alegría ver cada año como los alumnos se preparan con
empeño para la prueba que les permitirá acceder a Grados Universitarios, u
otros estudios. Tienen toda una vida por delante para hacer muchas cosas
estupendas. También da particular gozo ver a antiguos alumnos, que destacan en
sus primeros pasos profesionales. Procurar ser de los mejores en la tarea que
uno elija es una aspiración lícita y motivadora.
Sin embargo, al hablar de
estos temas, siempre recuerdo un consejo paterno, dicho como de pasada: los
males del mundo se resumen en la falta de moralidad y el exceso de ambición. El
primer elemento del mal es importante, pero voy a centrarme en el segundo.
Vivimos en una sociedad algo apresurada y ansiosa. Hacemos muchas cosas, pero
no sé si siempre tenemos un motivo profundo y convincente para hacerlas. Quizás
sea bueno plantearse, a diario, una jerarquía de valores. Como decía Stephen
Covey: puede ser interesante guiarse más por prioridades que por actividades.
No siempre resulta fácil, pero merece la pena pararse a considerarlo.
La avaricia rompe el saco
y, en ocasiones, la salud. Es magnífico plantearse retos y superarlos. El ser
humano siempre quiere superar límites. Esto puede estar muy bien en muchas
ocasiones; pero en otras no… Hay veces que hay que tener la sensatez de saber
pararse. Conocer las propias limitaciones parece que vende poco, pero puede
comprar mucho: el bienestar propio y ajeno. La prudencia es una virtud de
sabios, que suele llevar a la victoria.
Lo más paradójico de todo
esto es que mantener a raya la ambición de algunas cosas puede suponer colmarla
en otros asuntos más importantes, como puede ser dedicar tiempo generoso a la
familia. Asumir los límites no es un aburrido ejercicio de sentido común, sino
algo mucho más interesante. Cuando nos centramos en lo que verdaderamente
importa, que suele ser algo bastante asequible, somos más señores del tiempo y
de nuestra propia vida. Así disfrutamos más del momento, vamos menos agobiados
y podemos mirar con más calma y perspectiva el horizonte de los días. Estar en
lo pequeño y cotidiano, procurando hacerlo bien, puede hacer que nuestra
panorámica se ensanche: los propios límites se abren al beneficio de los demás.
Es como si se tratara de enfocar bien un telescopio, dejando de buscar hormigas
en la tierra para detectar estrellas en el cielo, para descubrir un panorama
asombroso. Se trata de una apertura de los propios límites a la realidad más
prosaica y cercana, conectada a una perspectiva de eternidad.
Recuerdo a una persona de
Las Palmas de Gran Canaria que tenía un precioso jardín, lleno de flores
magníficas. Me dijo algo que se me quedó grabado: "las cosas salen cuando
se hacen con cariño", y esto requiere realismo, tiempo, dedicación. La
mentalidad de esta persona me parece muy interesante para nuestro mundo
laboral. Claro que deseamos logros, éxitos y aumento de sueldo. Pero también
tenemos que aprender a vivir, a servir, a querer a quienes nos rodean, y para
esto es clave moderar las ambiciones, respetar nuestras limitaciones; es decir:
a nosotros mismos.
José Ignacio Moreno
Iturralde
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