No solemos celebrar el primer día
en que fuimos conscientes de lavarnos los dientes o de ponernos unos
calcetines. Lo más significativo suele estar en momentos especialmente
cordiales con familiares o amigos. Pienso que la mujer tiene una especial
capacidad de recordar estos buenos momentos. Su cabeza y su corazón pueden
estar más integrados que en el caso de los hombres. Me parece que las mujeres
tienen una mayor capacidad contemplativa del mundo y más facilidad para
interpretar unitariamente los diversos aspectos de una persona. Esta
receptividad psicológica, física y espiritual es propia de la identidad
femenina. Tales capacidades se actualizan especialmente en la maternidad, dando
lugar a los episodios más entrañables de la condición humana. También pueden suceder
cosas muy duras; por ejemplo, recuerdo el velatorio común de tres amigos míos
fallecidos en el mismo accidente de tráfico y el tremendo dolor de sus madres
allí presentes. Me di cuenta de la enorme fuerza de la maternidad.
Las mujeres, desde la segunda
mitad del siglo XX, han avanzado en su progreso académico y profesional. Las
tareas familiares del hogar, fruto de su incorporación al mercado laboral, son
compartidas entre esposo y esposa. Se han dado muchos avances sociales, y hace
falta conseguir muchos más. Pero hoy, la institución familiar se está
resquebrajando y tambaleando de un modo alarmante y esto no es porque seamos
más humanos, sino todo lo contrario. Por supuesto que hay situaciones
insostenibles; pero otra cosa es considerar como progreso que muchos niños y
niñas se vean privados de su unidad familiar. Esto es una muestra de necedad y
de egoísmo.
Una de las condiciones para la
felicidad es la libre afirmación de nuestro ser. Una cabra suele estar contenta
con serlo; pero un ser humano necesita aceptar su vida y su naturaleza para no
acabar como una cabra. Esta aceptación es precisamente el punto de partida de
su mejor progreso y superación. Cuando un hombre no acepta ser un caballero se
convierte en un villano; o si no ejerce su paternidad, solo cosechará el
resentimiento de sus hijos. Todo lo contrario sucede con un padre fiel, el que está
ahí cuando su mujer y sus hijos le necesitan.
También la mujer necesita aceptar
su identidad para sacar lo mejor de sí misma. Personalmente prefiero hablar de
feminidad que de feminismo, por la misma razón que comprendo mejor la
masculinidad que el masculinismo. En cualquier caso, si se entiende por
feminismo una reivindicación de los derechos de las mujeres, estamos hablando
de algo estupendo. Pero hay un feminismo de segunda generación que va por otros
derroteros: se trata de una revelación contra la propia condición de mujer.
Promueve una reivindicación de igualdad llena de ira y despecho, hasta el punto
de borrar la diferencia complementaria de los sexos, generadora de la familia y
de la vida humana. Esto está dicho con el más sincero respeto a todas las
sensibilidades y afectividades.
C.S. Lewis, en su visionario
libro “La abolición del hombre”, situaba en el origen de este drama en anteponer
lo que el propio pensamiento considere a la realidad de las cosas. De este
modo, los fuertes podrán imponerse a los más débiles si así les place, porque
no hay una naturaleza común a la que respetar. También hoy hay seres humanos,
sumamente inocentes, a los que se niega su humanidad cínicamente para poder
eliminarlos cuando parezca conveniente.
Hace falta -disculpen la ocurrencia- una Mujer. 3; como ya
hay tantas. Mujeres capaces de integrar libremente los diversos aspectos de la
vida familiar y profesional, dando prioridad a los más humanos. Cada mujer
puede actuar libre y personalmente desde una perspectiva integradora, cordial, creadora
de lazos interpersonales, profundamente femenina. Una feminidad que ilumina la
complementariedad masculina y da simpatía y encanto al mundo. Dostoievski dijo
que la belleza salvará al mundo, y la mujer tiene mucho que decir y hacer al
respecto.
José Ignacio Moreno Iturralde
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