Ante la posible legislación del nuevo gobierno español respecto al final de la vida, quisiera hacer una breve consideración. Es claro que eliminar el dolor de
un enfermo, todo lo posible, es algo muy bueno. Sin embargo, otra cosa distinta
es la práctica de la eutanasia; es decir: la eliminación de esa vida humana. La
compasión ante el sufrimiento no puede saltarse los límites de las atribuciones
de todo hombre y de todo estado. Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente,
sean cuales fueren sus circunstancias. Una autonomía personal -incluso la del propio interesado- y estatal, que se
arrogara este derecho, estaría en condiciones de recalificar múltiples
circunstancias como propicias para la eutanasia. En regímenes políticos pasados
y actuales, donde se practicó y practica la eutanasia, son muchos los testimonios
de inducciones a la muerte sin consentimiento de los afectados.
Cuidar a una persona hasta su
final natural puede ser algo duro y penoso; pero después de su muerte queda la
satisfacción de haber cumplido con el deber de velar por el enfermo hasta el
final. Nos ponemos entonces en nuestro sitio, siendo cuidadores de la vida, y
damos un magnífico ejemplo de sociabilidad. Nuestros enfermos y mayores cuentan,
y mucho, en una sociedad verdaderamente humana y solidaria.
José Ignacio Moreno Iturralde
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