Durante más de
treinta años como docente de Bachillerato y ESO he observado frecuentes inconvenientes educativos: agotamiento de los profesores, desmotivación de los
alumnos, inconvenientes económicos y curriculares, o la falta de capacidad de
llegar a un pacto educativo por parte de quien estaría en su mano. Sin embargo,
hay otro problema que me parece más preocupante: las veces que sobran enfados con
los alumnos, los días en los que no se sabe edificar una tirolina de amistad de
largo recorrido con ellos, las oportunidades en las que no se logra crear un clima de tertulia
en el aula, las jornadas en las que falta dar ejemplo de alegría a los
compañeros, la ceguera parcial ante la impresionante grandeza de formar a la
juventud y el beneficio que conlleva a sus familias, la falta de valoración de
las muchísimas veces en las que se disfruta enseñando y de las risas que se
comparten en clase. Desde luego que hay otros problemas en la profesión
docente; pero quisiera destacar un enemigo sesudo, frecuentemente autojustificado
y grave en la enseñanza: el mal humor. Un enemigo al que se puede luchar por
vencer cada día.
José Ignacio Moreno
Iturralde
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