Necesitamos tener ilusiones: encontrar un buen trabajo, una
buena pareja, que nos toque la lotería o que superemos una enfermedad. Aunque la
palabra ilusión está relacionada con el término iluso: alguien ingenuo, poco
realista y que no va a llegar muy lejos si no cambia. Se pueden tener ilusiones
bastante poco inteligentes y quizás falsas. También es frecuente que pensemos en
ilusiones que consistan en que nos hagan cambiar de situación; cuando muchas
veces lo que se requiere es un cambio dentro de nosotros mismos.
La ilusión también se relaciona con la luz. Hay luces
artificiales, de neón, que atontan y acaban mareando. Pero hay otras luces
fantásticas. Entre ellas está la luz de cada día; la que ilumina las cosas
normales y cotidianas dándolas un fulgor y un realce insospechados. No es
sencillo detectar esta luz en toda su profundidad: requiere de un espíritu
experimentado y sabio que, muy probablemente, haya pasado por no pocas dificultades
y tenido que superar humillaciones. Cuando se empieza a detectar la enorme
potencia de la luz de la realidad, uno se da cuenta de que efectivamente pueden
ser muy buenas algunas metas de diversos tipos; pero que la grandeza de la
ilusión está en saber vivir con plenitud y alegría la luz de cada día, especialmente la de los demás, a pesar de las sombras y los contratiempos.
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