Julio era un escritor de cierto prestigio nacional, aunque
nunca había conseguido ningún premio literario de primer orden. Una mañana
llegó un mensaje a su ordenador notificándole que había recibido un gran
galardón. El remitente no era conocido para él, y no dio al asunto más
importancia. Al poco tiempo le llegó un correo certificado para que acudiera lo
antes posible al Ministerio de Cultura por haberle sido otorgada una gran
distinción. Su rostro se iluminó. Esa misma mañana una funcionaria del ministerio
le dio la dirección donde tendría que recoger un requisito para conocer su
premio. Al llegar al lugar de referencia le extrañó ver una Iglesia… Entró y
preguntó extrañado al párroco sobre su situación. Con gran ilusión el sacerdote
le dio un papel en el que se le notificaba que a “Julio Benavides se le
concedía el máximo galardón de ser hijo de Dios”. Sólo había una condición:
ponerse en condiciones de recibirlo; es decir: confesarse. Julio sonrió con
escepticismo y se fue cabizbajo hacia su casa. Al poco de llegar, era domingo,
su hijo Antoñito de nueve años, Antoñito, le dijo con una cara radiante: “Papá
qué contento estoy, soy hijo de Dios”. En ese momento se dio cuenta del inmenso
don que estaba despreciando y, también entonces, se despertó de tan curioso
sueño. Era domingo y, con la cara radiante de ánimo, se dijo a sí mismo: hoy sí
que voy a conseguir el mayor galardón que Dios me concede.
José Ignacio Moreno Iturralde
No comments:
Post a Comment