Es frecuente que la vida no resulte fácil. Como el malo de la película los reveses se hacen persistentes: problemas de salud, profesionales y familiares oscurecen nuestros días. Pero, al mismo tiempo, nos damos cuenta que la gran aventura de la existencia personal es un don grandioso que merece la pena ser vivido y que muchos de nosotros queremos decir y hacer todavía muchas cosas más. En este contexto humanista quisiera situar el cuidado de la vida de los niños en gestación que, felizmente inconscientes, esperan su gran oportunidad de vivir su biografía. Es una cuestión que no solo atañe a la moral privada sino a nuestra propia comprensión como individuos y como especie. Hemos de reaprender la belleza del amor humano, la custodia incondicional de toda vida humana y la solidaridad intergeneracional entre los miembros de las familias. El Estado tiene la obligación de ayudar al más valioso de sus bienes: los hijos y sus familias. Continuar admitiendo los tijeretazos abortistas es situarnos en una sociedad tecnificada y deshumanizada que ha perdido parte de su corazón. Hacer de la protección de toda vida humana y de la ayuda a las familias una política seria supondría sumarse al cambio de la dignidad y la justicia. La generosidad familiar, no lo olvidemos, es la que hace posible que el Estado español no haya naufragado ya. Los bebés de hoy son la fuerza de los corazones, el motor de los ingenios y la base de la seguridad social.
José Ignacio Moreno Iturralde
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