Érase una vez hace muchos años una casa normal donde se freían croquetas y emparedados –antecesores de los sándwiches-. Había allí un angelote de trapo que, al darle cuerda, hacía sonar un villancico. Al descansar allí, doy fe, se respiraba una plena seguridad y felicidad. Esta experiencia, gracias a Dios, es común a muchos millones de personas. Por este motivo la familia humana debe defenderse con leyes y disposiciones económicas con las que los estados no hacen más que intentar hacer justicia a la célula social que los hace viables. El compromiso fiel de un hombre y una mujer en el amor mutuo y a sus hijos es algo tan natural como tener un corazón y dos pulmones. El parcial deterioro de la institución familiar e igualación jurídica a otras formas de convivencia es también un actual fenómeno social que no puede hacer olvidar el papel insustituible de padres e hijos. Se ha dicho con acierto que la grandeza de una persona se mide por su capacidad de hacer familia. Puede que sea igualmente cierto que la grandeza de los estados se defina por su solicitud eficaz respecto a la familia.
José Ignacio Moreno Iturralde
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