El Adviento nada quita a los matices dorados del otoño. La Navidad no niega la blancura de la nieve, ni la Semana Santa distorsiona las lluvias y los vientos. Pentecostés nada borra en el esplendor de la primavera. El Tiempo ordinario no interrumpe las vacaciones de verano. La liturgia cristiana en nada erosiona la belleza de las estaciones. Todo lo contrario: para el que tenga fe, el pulso de las estaciones aumenta en su intensidad de sentido y de alegría, sin imponer nada al no creyente; salvo el respeto a la ecología, común a ambos. ¿Entienden esto los que quieren sacar la fe cristiana del tiempo y el espacio comunes?
José Ignacio Moreno Iturralde
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