Saturday, November 02, 2024

Flores a una madre difunta


Visitar las tumbas de nuestros familiares difuntos es una costumbre cristiana; especialmente vivida los días uno y dos de noviembre. Estos días en que la liturgia les recuerda especialmente, nos mueven a muchos a hacer una visita al cementerio. Si podemos les llevamos también flores, especialmente si vamos a donde está enterrada nuestra madre, como muestra de nuestro cariño. En esos momentos, que pueden estar llenos de paz, nos damos cuenta de que acudimos a las raíces de nuestra propia vida. 

El compromiso matrimonial puede parecer, especialmente en nuestros días, algo frágil e inseguro. Pero cuando se deja a Dios estar presente en la vida de una familia, las relaciones conyugales, paternales, filiales y fraternales, se convierten en auténticos cimientos de nuestra personalidad. El recuerdo de nuestros padres da una gran solidez a nuestra identidad. No deja de ser paradójico que algo que puede parecer tan frágil como un compromiso de amor, sea una de las cosas que más fuerza dan a nuestra vida.

Pienso que con la muerte pasa algo análogo: se trata de una situación de total dependencia, apuro y debilidad; pero a través de ella, la fe cristiana nos asegura que podemos entrar en una vida mucho más feliz, segura y verdadera: la vida eterna. Por todo esto, pienso que llevar flores a una madre es uno de los actos más humanos que podemos hacer en esta vida.


José Ignacio Moreno Iturralde

Wednesday, October 30, 2024

Abandono del límite mental y amor matrimonial


 

Leonardo Polo es un filósofo contemporáneo que ha insistido en la noción de abandono del límite mental, para una mejor comprensión de la realidad y del ser humano… ¿De qué se trata? Lo explica en su complejo libro titulado Antropología trascendental. Ahora solo pongo un ejemplo: si yo digo “principio sin principio”, para referirme a Dios, tengo que razonar para intentar entender algo de lo que digo, pero también de algún modo tengo que abandonar o superar los límites de mi mente para divisar un poco de la eternidad divina.

En relación con esto, pensaba en otro aspecto con el que se puede establecer una analogía: el amor matrimonial y el compromiso que conlleva. Si me enamoro de una persona y decido casarme con ella, con idea de que sea para toda la vida, no tengo la seguridad mental de que esto se vaya a cumplir necesariamente; podría salir mal. Quizás este pensamiento lleva actualmente a mucha gente a no casarse. Pero el amor comprometido necesita ir más allá del límite de seguridad mental: supone una confianza y un riesgo. La fe cristiana anima y da seguridad al lanzarse a este tipo de decisiones fundamentales: nos habla de la gracia de Dios y de su ayuda a nuestras vidas. Además de la divina, este lanzarse tiene su gracia humana, precisamente por su valentía al decidirse a algo comprometedor que no está totalmente asegurado. El valor de ese ánimo de la fe, confirmado por la vida de millones de personas, nos hace ver que tal confianza predispone a algo que es muy humano y paradójicamente racional: hay que pensar, hay que hacer cuentas, pero también hay superar la razón, porque la razón es un medio y no un fin. La razón se abre y va más allá de sí misma cuando la persona ama, cuando se entrega a quien quiere. Solo así el ser humano puede ser feliz. El principio del amor humano llegará a su fin cuando enlaza con Dios: con un fin que no tiene principio.


José Ignacio Moreno Iturralde

Wednesday, October 02, 2024

¿Ha perdido España su amor por la vida?


A los españoles nos gusta pasarlo bien. No tenemos más que ver la cantidad de bares y de fiestas que circundan nuestros espacios y calendarios. Pero otra cosa distinta es ser buenos, porque esto es algo que requiere un cambio interior, y no solo exterior. Hacer el bien significa respetar un orden distinto de cosas a la mera apetencia, interés o conveniencia. Si por cuestiones ideológicas se va perdiendo el respeto a la naturaleza de las cosas, llegamos incluso a no respetar a los propios hijos. En España, durante 2023, han nacido 322.075 niños, lo que es una gran alegría. Pero en este mismo año se ha eliminado la vida de 103.097 nonatos mediante la práctica del aborto, lo que resulta desolador.

Amar la vida supone en primer lugar respetarla, y darse cuenta de que es en la familia donde se debe acoger la vida humana y cuidarla incondicionalmente. Como dijo San Juan Pablo II, para creyentes y no creyentes, “la cultura de la vida se hace pensando en los demás”. Ser felices requiere saberse verdaderamente queridos. Esto ocurría y sigue ocurriendo en un gran número de familias. Pero ese amor familiar que sustenta nuestros días, requiere de entrega personal a los nuestros. Merece la pena considerarlo y vivirlo, para construir un mundo con esperanza y con amor a la vida.


José Ignacio Moreno Iturralde