Sunday, February 16, 2025

Continuidad entre conyugalidad y hogar


 

Decía Chesterton que la unión del lecho matrimonial era lo mismo que una madre con su bebé en los brazos. Uno podría pensar que se trata de una afirmación un tanto chocante, quizás algo idealizada. Sin embargo, pienso que el escritor inglés puede tener razón.

Cuando pasa el tiempo, uno se acuerda con frecuencia de su familia de origen: los que hemos tenido la suerte de tener una infancia feliz, recordamos con gratitud aquella etapa de la vida, llena de seguridad y de ilusión. Todo esto no hubiera sido posible sin el amor de nuestros padres; un amor físico y espiritual.

La santa pureza que enseña la doctrina católica es algo nítidamente positivo. El cristianismo ve en la sexualidad humana una fuente de expresión de amor y de vida querida por Dios para muchos, sin ser una obligación para todos. Pero se trata de un amor comprometido, fiel, fructífero. Marido y mujer se unen en algo que les trasciende. En el misterio del inicio de un nuevo ser humano, hay una atracción que se convierte en vida, en generosidad, en entrega. Es entonces cuando la sexualidad resulta plenamente humana, precisamente porque se abre a la acción divina en el surgimiento de una nueva persona, que es materia y espíritu. Tal es la grandeza del amor conyugal; y, por este motivo, resulta falso reducir la sexualidad a un intercambio de satisfacción física y emocional. Falsear la sexualidad es tan equivocado como entender a la persona como un mero conjunto de sensaciones y de afectos; algo que resulta despersonalizador.

Comprendo que hablar de esta manera es ir contracorriente, en un mundo donde la sexualidad parece ser entendida por muchos como un consumo. Sin embargo, las personas no están para consumirse -no son objetos-, sino para unirse, a través de la amistad o de las diversas relaciones familiares; entre ellas, la conyugal.

Del mismo modo que, en ocasiones, tenemos demasiado amor propio o pensamos excesivamente en nosotros mismos, la sexualidad tiene una cierta tendencia a replegarse sobre sí misma. Se trata de una espontaneidad que hay que educar, como sucede con las otras manifestaciones de la personalidad antes citadas. La espontaneidad no siempre es correcta; y habrá que orientarla, especialmente cuando sus manifestaciones están relacionadas con el respeto a la propia naturaleza o a la de los demás; y especialmente con el surgimiento de la vida. Todo este decoro es categoría humana, no mojigatería. Somos seres sexuados personales y esto requiere una superación de nosotros mismos, para aprender a tener capacidad de constituir y cuidar un hogar. Con la ayuda de Dios merece la pena, en lo que esté de nuestra parte, ser personas familiares; es decir: profundamente humanas.


José Ignacio Moreno Iturralde

Sunday, February 09, 2025

Entendernos desde las relaciones humanas y divinas

¿Qué es lo que más radicalmente somos? Pienso que la respuesta es hijos o hijas. Por esto, la relación de filiación y, por tanto, las de paternidad y maternidad, no son algo gradual y cuantitativo, sino que se trata de relaciones profundas y cualitativas. Un niño se conoce a sí mismo, primeramente, mirando a su madre y a su padre.

Las relaciones conyugales se basan en un compromiso donde la mujer y el hombre se complementan y quieren con un amor entregado, que puede hacerse vida en los hijos. Las relaciones con hermanos y hermanas nos hacen también sabernos queridos y exigidos: nos ayudan a salir de nosotros mismos, y hacen que aprendamos a querer.

La amistad es un tipo de relación especialmente libre. Dos amigos o amigas lo son porque les da la real gana. La grandeza de la amistad tiene que ver con su fragilidad. Se trata de una relación fácilmente prescindible, pero resulta que la vida sin amigos o amigas es inhumana. La alegría y la pena tiende a compartirse con los amigos.

En las relaciones académicas y laborales procuramos buscar un sector de estudios, o profesional, que se adecúe a nuestros intereses. La experiencia muestra que esto no es siempre del todo posible. Por esto, me parece muy sano y provechoso el planteamiento de preguntarnos: ¿Qué esperan mis profesores y profesoras de mí? O bien: ¿Qué esperan en mi empresa de mí? Quizás lo sabemos. Tal vez sea bueno preguntarlo en alguna ocasión. Es interesante que adquiramos un mayor conocimiento de nosotros mismos, desde la óptica de los que pasan con nosotros gran parte de nuestra vida cotidiana.

Nos informamos de la meteorología a la hora de hacer un viaje o emprender una excursión. De la observación atenta del mundo han salido grandes inventos, como la penicilina; así como multitud de beneficios prácticos. Este realismo saludable es especialmente interesante aplicarlo en el paisaje de nuestra vida. Nos damos cuenta que una persona generosa es más alegre y más querida por quienes la conocen. Pero sabemos que la generosidad no es siempre premiada; sino que incluso es atacada y pisoteada: la vida ofrece numerosos ejemplos. Sin embargo, la persona generosa se hace mejor ella misma, al margen del reconocimiento que otros le ofrezcan -y no olvidemos que suele ser mucho-. La generosidad nace también de un sentido común aliado con la gratitud. La vida es un don inmerecido y es lógico y bueno corresponder, haciendo a los demás lo que quisieran que hicieran conmigo.

El cristianismo ofrece algo muy animante que ha de ser acogido desde la fe, pero también desde la razón. El misterio de la Trinidad de Dios es muy significativo: el Padre es todo Paternidad; el Hijo es todo Filiación; el Espíritu Santo es la relación de Amor entre el Padre y el Hijo. Un único Dios es tres relaciones subsistentes. Nosotros somos sustancias –sujetos- que nos relacionamos. El misterio de Dios está en sus relaciones personales. La explicación de nuestra vida está en nuestras relaciones con Dios y con los demás. La fe cristiana nos asegura que la generosidad, unida al sentido común y a la justicia, tiene un triunfo definitivo, y que el amor verdadero es más fuerte que la muerte. Por esto la vida de Cristo, Dios hecho hombre es el ejemplo máximo de una vida relacionada, feliz, sufrida y resucitada. María y José, personas humanas que tanto saben de lo divino, nos ofrecen con sus vidas un ejemplo lleno de una luz entrañable, asequible, práctica y comprensiva.

  

José Ignacio Moreno Iturralde


Thursday, February 06, 2025

La visión de los invidentes

Cuatro personas de la ONCE dieron una conferencia, junto a sus perros guía, ante un numeroso grupo de alumnos y alumnas de doce años, en el colegio donde trabajo. Algunos de los ponentes no podían ver nada y otros tenían una visión muy limitada. Se ganaron rápidamente al público, con su amenidad y simpatía. Entre las diversas y divertidas preguntas sobre cómo les ayudaban los dos perros que allí estaban, serenos y eficaces, hubo una cuestión de otro tenor: ¿Cómo se lleva el ser ciego en la vida? La respuesta de uno de los ponentes fue lúcida. Más o menos dijo lo siguiente: puedes venirte abajo o tirar hacia delante. Si te vienes abajo también haces que tu familia siga ese camino; y eso no es justo. Así que hay que hay que tirar hacia adelante. Y vaya si lo hacían: además de una exhibición de las habilidades de sus perros, también enseñaron cómo jugar al fútbol estando ciego, con un balón dotado de un mecanismo de ruido para localizarlo. Era la primera vez que los chavales, con antifaz, tiraban penaltis en el patio prescindiendo de los ojos.

La actividad resultó un éxito, pero lo que más me llamó la atención fue la llaneza, el realismo y la alegría de estas personas de la ONCE. Pensé que su ceguera les ha proporcionado una concepción del mundo que trasmitía claridad; con su campechanía disipaban oscuridades. Su visión del mundo parecía profunda, sencilla y sincera. Nos enseñaron a ver la luz de la vida con una visión nueva, más agradecida, más humana.


José Ignacio Moreno Iturralde