Información sobre la fe cristiana y la dignidad humana en relación con el mundo actual
Tuesday, December 19, 2017
Mar afuera: Video muy animante
Recomiendo especialmente a partir desde el minuto 16,47: Enlace
Sunday, December 10, 2017
Wednesday, December 06, 2017
Reflexiones de un directivo a las puertas de la otra Vida
Saturday, December 02, 2017
Navidad
Desde hace alrededor de 2000 años, millones y
millones de familias se han reunido de un modo especial un día del calendario
para festejar la Navidad, para celebrar un nacimiento. Normalmente las familias
celebran nacimientos, pero aquí también sucede al revés: un Nacimiento celebra
a las familias.
EL LATIR DE LA NAVIDAD
Estas entrañables reuniones suelen estar
llenas de encanto y de alegría, aunque dentro de algunos haya oscuridades y
tristezas. La primera Navidad no tuvo luz eléctrica, ni muchos jolgorios, pero
sus primeros protagonistas fueron Luz y Alegría para la milenaria historia de
los hombres que han comprendido -en mayor o menor grado- qué ha sido y qué es
la Navidad.
Es sorprendente la capacidad que los
seres humanos tenemos para convivir con cosas asombrosas sin prestarles
demasiada atención. La Navidad supone la convicción histórica y real de que
Dios se ha hecho uno de nosotros. Esto es algo en lo que han creído y creen
millones de personas. No se trata de opiniones subjetivas o de cuestiones “poco
realistas”: la veracidad histórica de los Evangelios supera con mucho la de
otros textos de su época; pueden encontrarse interesantes y documentados
artículos al respecto. Sin embargo, la aceptación del grandioso hecho de la
Encarnación del Hijo de Dios, y de lo que ello implica, es algo que requiere
fe, un don divino.
San Agustín dice que “para el que quiera
creer tengo todas las razones, para el que no quiera creer no tengo ninguna”. A
Dios se llega por la humildad; luego vienen los resultados: la confianza, la
alegría y la paz interior, en medio de los embates de la vida.
Evangelio
significa “Buena Noticia”... Dios nos considera hijos suyos en Jesucristo. Esto
conlleva interesantes resultados; ya me case y sea feliz o ya me dé una espantosa
enfermedad, soy un ser íntimamente querido por Dios. Ya esté a gusto en una
fiesta familiar o delante de la tumba de mi madre, tengo una respuesta para
ambas situaciones. Triunfe profesionalmente en mi vida, o acabe en la cárcel,
siempre habrá para mí una Estrella, la de Belén.
La Navidad significa que los que el
mundo llama estrellados tienen también estrella mientras que los que son
considerados estrellas, han de andarse con mucho ojo para no estrellarse.
Puede
revivirse cada año, cada día, un sentido más vivo de la Navidad; El mundo
occidental parece olvidarla, pero la Navidad renace en el corazón de los
hombres que la acogen con la sencillez y el asombro de aquellos pastores
venturosos. La Navidad y el sentido profundamente humano de su mensaje, es un
hecho destinado a iluminar las sociedades actuales, como lo ha hecho desde su
origen y lo seguirá haciendo en el futuro.
Existen también hoy, como hace dos
milenios, magnates poderosos que quieren
arrinconar, ocultar la huella de este acontecimiento excepcional para el mundo.
Temen que la influencia de una familia sencilla y comprometedora destruya sus
imperios. Hablan de tolerancia, de no caer en viejos confesionalismos, de
“respetar” la multiculturalidad. Si miraran sin prejuicios la escena de Belén, verían
que aquel acontecimiento glorioso es un imán de unión para los hombres. Si
supieran contemplar a Jesús de Nazaret
Niño, comprenderían que tan asombroso personaje no tiene nada que ver con una
imposición, sino con una fantástica propuesta de luz y libertad que no puede
ser escondida.
EL PROTAGONISTA DE LA
HISTORIA
El
protagonista principal de la Navidad es un niño, un bebé. No es una mujer en
soledad, ni un padre, ni una estrella, ni un mito; sino un niño de carne y
hueso, nacido en una familia pobre y en una situación de apuro. Chesterton
hablaba de la Navidad como la fiesta de
las familias que reviven en sus casas el acontecimiento del que no tuvo una
para nacer. El hogar que Dios eligió para mirar por primera vez al mundo con
ojos humanos fue un establo, una gruta. Lo que importaba era la familia: ésta
es el hogar.
El hogar es el corazón del hombre, de
todo hombre, no sólo de los cristianos. El hogar se constituye cuando los
hombres acogen en él a Dios y, como consecuencia, a sí mismos. La crisis de la
fidelidad matrimonial no es otra que la desacralización de la familia y, por
tanto, su deshumanización.
Acoger a Dios, y a los demás por Dios,
es algo profundamente humano: es la condición necesaria para la fraternidad
entre los hombres. Extirpar lo divino del horizonte humano no es ser laico, es
ser ateo; y no se puede exigir en nombre de la democracia que el orden civil
otorgue oficial sepultura ciudadana a Dios, del mismo modo que no puede
imponerse a los ciudadanos ninguna religión -incluida la cristiana- ni ninguna
ideología que ponga en jaque el concepto de mujer, de hombre y de familia, como
hoy ocurre a nivel mundial con una fuerza digna de mejor causa.
El
cristianismo es la civilización del niño, del más indefenso, del que es amor
encarnado, hecho persona. La indefensión e inocencia del bebé contrasta con la
potencialidad de su genética y de su espíritu. Un niño es una aventura, una
historia abierta al hoy y al mañana, una biografía. Por este motivo un niño es
una alegría, aunque no sea una comodidad. El símbolo del cristiano es un
crucifijo, pero también lo es una madre con el niño en sus brazos. La vitalidad
cristiana acoge tanto la vida como la muerte: sabe que nace para morir y que
muere para vivir. Por esto, el cristianismo es esperanza y alegría. La historia
de la cruz se ha convertido en la historia de la familia. Sin cruz no hay
familia; por esto hay quienes quieren eliminar la familia.
Un hijo es un gran motivo para vivir, es
la mitad del propio corazón. Traer un hijo al mundo es una dicha para sus
padres. Un hijo es el amor hecho vida. La vida puede entonces convertirse en
amor, que es la única manera de que merezca la pena ser vivida. Lógicamente, la
maternidad y la paternidad físicas no excluyen otros modos de vivir digna y
humanamente, pero siempre deben tener relación con una entrega sincera al
servicio de nuestros semejantes.
No se puede
forzar a nadie a creer en Dios, pero tampoco se le puede arrancar de cuajo de
nuestro mundo: esto es inhumano porque supone destruir el último baluarte de la
esperanza. Se acepta con sentido la vida cuando se es capaz de aceptar en ella
una providencialidad, que no niega su libertad, sino que la afirma. La libertad
sin providencia desemboca en una absurda lotería de placeres y sufrimientos.
Jesús
de Nazaret aceptó plenamente la integridad de su Vida y esto no le fue cómodo
en absoluto, pero lo hizo porque era el Hijo muy amado.
MENSAJE SOCIAL DE
NAVIDAD
La
cuna del cristianismo se basa en paradojas asombrosas: una Madre que es Virgen.
Un bebé que es Dios. Un padrazo que no es padre según la carne. Estos misterios
de fe encajan bien en la realidad porque la vida es una paradoja y quien no se
da cuenta de esto no sabe dónde está.
En el plano humano la virginidad está
muy relacionada con la maternidad y la paternidad: a más virginidad, más
familias sólidas y con hijos -aunque hay excepciones-. Cuanto mayor es el
respeto al bebé, antes y después de nacer, más se entiende a Dios. Un mundo que
protege y ayuda a los niños en el seno de su madre, es un mundo que se sabe
creado, que entiende que existe un orden moral superior a nuestras conciencias.
El cristianismo supone la civilización
de la prioritaria defensa de los más pobres y necesitados. Belén, desde su
mágica sobriedad, es un canto a la dignidad y al valor inmenso de toda vida
humana. La imagen y semejanza de Dios en toda persona, sea cual sea su salud o
su posición, supone la raíz más profunda de la dignidad humana y el motivo más
fuerte para la solidaridad.
Un Dios que se presenta al mundo de esta
manera es un himno a la libertad, a la confianza en cada ser humano y en su
capacidad de elegir lo mejor. En la historia se han dado formas de
intolerancia, en ocasiones graves, entre los cristianos -como ha ocurrido entre
los no cristianos- porque somos hombres con defectos. Pero la vida del Niño de
Belén supone un cambio de mentalidad en lo personal y en lo social. Jesús pagó
sus tributos, trabajó con afán de servicio y alegría, dio al César lo que era
del César y a Dios lo que era de Dios. Desenmascaró las mentiras de los
hipócritas, perdonó a las adúlteras y predicó con su Palabra y con su Sangre un
Mandamiento nuevo que lo sigue siendo hoy.
Llega una vez más la Navidad y vemos que
sigue habiendo pobres. Las necesidades vitales de muchas personas, quizá las
nuestras, tejen un sayal gris poco tupido para los fríos y las nevadas del año
nuevo.
Habrá que salir a la calle, caminar,
visitar al familiar anciano, ser solidario con los que atraviesan situaciones
económicas difíciles o, tal vez, pedir ayuda si estamos sin blanca. Hacer buena
economía, reflexionar, perdonar...Volver a descubrir el rostro de los demás en
un revigorizante y comprometido entrecruzarse de miradas con ángel, porque es
Navidad. Redimensionar la vida con novedad, con Buena Noticia. En un eterno
presente, Dios engendra a su Hijo...
Todos los días son Navidad:¡Qué
paradoja! La pobreza nos hace mirar a lo alto. Nieva, la Misericordia del Señor
llena la tierra. En la noche cerrada hay una estrella; es para todos y es para
siempre. Está señalando a una familia pobre. Vamos a verla una vez más. Esta
vez vemos los ojos abiertos del niño que “hace nuevas todas las cosas” y mira
absorto al cielo, a sus padres, a una mula y a nosotros.
Feliz Navidad.
José Ignacio
Moreno Iturralde
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