El comité de Derechos humanos de
la ONU, ha excluido recientemente del derecho a la vida a los niños no nacidos (cfr
Friday Fax 3 noviembre 2017), pese a múltiples manifestaciones en contra de
muchos representantes de los representantes de esa asamblea.
Naciones Unidas proclama una
seria desunión: la de la madre respecto a su hijo que viene de camino. Muchas
son las razones que mueven a la lógica del aborto: casos de gravedad del
embarazo, control de la natalidad, pobreza, o en muchas ocasiones: el simple
embarazo no deseado. Sin embargo, esta lógica choca con el más profundo
humanismo. Cuando se entiende el mundo desde la lógica de la creación, la
gratitud, la solidaridad y el cuidado se convierten en valores vertebradores de
un mundo lleno de seguridad. Las tradiciones morales más humanitarias siempre
han hablado de que cada persona representa a las demás, y de que lo que hacemos
con un ser humano concreto lo estamos haciendo en cierta medida con todos. Se
trata de algo profundamente grabado en el corazón humano. La oportunidad más
asequible y entrañable para vivir esta humanidad es la que ofrece las
relaciones de maternidad, paternidad y filiación.
Muchos pueden ser los
inconvenientes para traer un hijo al mundo. La solución más humana es
resolverlos con medidas eficaces –que incluyen transformaciones económicas de
justicia-; no en suprimir legalmente la vida de los seres humanos más
necesitados. Privar de la oportunidad de vivir la vida es algo muy serio e
inhumano: es desunir la vida de padres e hijos no nacidos con cobertura legal.
Los casos extremos no pueden
configurar leyes generales ni, mucho menos establecer derechos fundamentales.
Esto supone intentan proteger las necesidades de unos pocos, dejando sin
protección jurídica a millones de seres humanos que son, ni más ni menos, que buena
parte del futuro de la humanidad. Además, anular el derecho a la vida de los no
nacidos es golpear seriamente la identidad de la maternidad y, por lo mismo, es
un ataque velado a la propia mujer, que merece todo respeto y protección.
José Ignacio Moreno Iturralde
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