La Tradición cristiana nos enseña oraciones vocales entrañables para tratar a la Madre de Dios. Destaca entre todas ellas el rezo del Rosario, tan recomendado por todos los Romanos Pontífices. Es fácil que se nos venga a la cabeza el recuerdo imborrable de Juan Pablo II quien introdujo al secular rezo del Rosario los misterios de luz. El lema episcopal de Juan Pablo II era Totus tus: Todo tuyo; en referencia a Santa María. Es en este aspecto el que quería considerar. La devoción a la Virgen no consiste solamente en rezarle unas oraciones sino en imitar su vida. Por ser Madre nuestra es realmente asombrosa la eficacia que supone plantear cualquier cuestión personal desde la perspectiva mariana: todo parece simplificarse, hacerse más grato y alegre.
Meter a la Virgen en la mente y en el corazón de modo estable es, sin duda, un don de Dios. Un don que conviene pedir; y cultivar cuando nos es concedido. Los problemas personales y los de la humanidad, no me invento nada, tienen su gran solución por esta humana y divina vereda. Santa María nos lleva de la mano al Redentor, a su Hijo. Nos confronta con Él de un modo amable, asequible, animante. El consuelo es grande y la fortaleza personal se enrrecia. No se trata de consideraciones tan sólo espirituales sino de eficaces vivencias humanas comunes a millones de cristianos de todos los tiempos. Es preciso que aumente nuestra cuota de pantalla mental y de corazón en el amor a La Virgen María. Hemos de luchar por hacer nuestro el gran ejemplo de Juan Pablo II: “Todo tuyo”.
Entre los problemas graves de los hombres de nuestro tiempo está, sin duda, la falta de respeto a la vida humana y el tremendo embate contra la familia. Parece como si una gran ola de vileza estuviera arrasando los principios básicos de la humanidad: el baluarte de la familia, hogar de la vida humana. Además de las iniciativas personales que cada uno, en conciencia, estime convenientes, es importantísimo que los cristianos acudamos a la intercesión de nuestra Madre no solo clamando desde las palabras sino desde el hondón del alma. No es una petición a la desesperada sino llena de confianza y de alegría, aunque nos pesen los hechos que ensucian y embrutecen a los hombres.
Un modo de cambiar el mundo es volverse radicalmente –de raíz- hijo de María. Ella no hizo cosas aparatosas ni dificilísimas. Supo ser la Madre de la Vida. Supo confiar ilimitadamente en el Dios hecho hombre y nos enseña y desvela el misericordioso y sagrado Corazón de Cristo: el que ha salvado y salvará – si le dejamos- nuestras vidas personales y a toda la humanidad..
José Ignacio Moreno Iturralde