Saturday, June 30, 2007

Valladolid y el Corazón de Jesús

Como cada año en junio, se ha celebrado en nuestra ciudad la Semana del Corazón de Jesús, rematada con la tradicional procesión de la imagen del divino Corazón acompañada de una multitud fervorosa por las callesdel centro. He asistido a varias conferencias de esa semana grande, todas excelentes. El contenido quizá pueda resumirse en estas palabras sencillas pero íntimas y profundas de Monseñor Munilla el 15 dejunio en la basílica de la gran Promesa, abarrotada defieles para escucharle: “En ti confío”, porque eres“omnipotente”. Son fuente de paz y de esperanza y, en mi opinión, la razón por la que las personas que aman mucho al Corazón de Jesús suelen tener mucha alegría y permanecer serenas en sus dificultades. Cuando las hacemos nuestras, experimentamos sorprendidos y congozo su eficacia. Sí, Jesús está vivo, es misericordioso y lo puede todo porque es omnipotente.Quiero agradecer y felicitar al Director del Centro deEspiritualidad, don Francisco Cerro, organizador de las conferencias e insigne conferenciante él también, por acercar a tan buenos oradores. El Corazón de Jesús es venerado en toda España; peroValladolid se lleva la palma. Como a Santa Margarita María de Alacoque en Francia, se apareció aquí (1733)a Bernardo Hoyos, jesuita. No entiendo muy bien que algunos vallisoletanos católicos todavía no se hayan acercado a la Basílica de la Gran Promesa, lugar delas apariciones, erigida en santuario nacional.

Josefa Romo

Iglesia, Derechos humanos y Educación para la ciudadanía

Iglesia, Derechos Humanos y Educación para la Ciudadanía.

Para desprestigiar a la Iglesia por su valiente oposición a la asignatura Educación para la Ciudadanía, hay quienes lanzan este dardo envenenado: "la Iglesia no firmó la Declaración de los Derechos de los Derechos Humanos". Pero, ¿tenía que firmarlo la Iglesia? Ni el Vaticano ni el resto de los estados pequeños ( Lienchte­nstein, Móna­co, San Marino o Andorra) formaban parte de la ONU, pues no se garantiza en la Carta su independencia ; pero el Vaticano, miembro sin voto, participa cuando se trata de cuestio­nes humanita­rias. Por otra parte, La Iglesia tiene la mejor declaración de los derechos humanos, fundamentada en el mismo Dios, que se revela en la Biblia a favor del hombre. En el Evangelio, en la doctrina Social de la Iglesia y en los Diez Mandamientos, más que en esa declaración de 1948 insuficientemente matizada, se encuentra la mejor defensa de la persona que pensarse pueda, y no sujeta a relativismos según intereses del momento.

En la declaración universal de derechos humanos, se dice, por ejemplo, que todos tienen derecho a la vida ( punto 3); pero hoy la ONU exige como condición para su ayuda al desarrollo, el aborto, crimen nefando.

Que la Iglesia, experta en Humanidad, está a favor de los derechos humanos, ya lo reconoció Einstein, judío alemán y científico: «Sólo la Iglesia, entre todos, se pronunció claramente contra la campaña hitleriana que suprimía la libertad. Hasta entonces yo no había mostrado interés particular por la Iglesia, pero desde aquel momento comencé a sentir afecto y admiración por ella a causa de su valentía. Era la única institución que había mostrado firmeza y audacia en defensa de la verdad intelectual y de la libertad moral». (Einstein en The Tablet de Londres).

Josefa Romo Garlito

Friday, June 29, 2007

Adora y confía

Piensa que estás siempre en manos de Dios,
Tanto más fuerte amarrado
Cuanto más decaído y triste te encuentres.
Vive feliz, te lo suplico.
Haz que brote siempre en tu rostro una dulce sonrisa,
reflejo de la que el Señor continuamente te dirige.
Vive en paz. Que nada te altere,
que nada sea capaz de quitarte la paz:
ni la fatiga psíquica ni tus fallos morales.
Pon en el fondo de tu alma,
como fuente de energía y criterio de verdad,
la paz de Dios.
Recuerda: cuanto te deprima o inquiete es falso,
te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso, cuando te sientas apesadumbrado y triste,
adora y confía, adora y confía...

Pierre Teilhard de Chardin

Suscripción a la Revista Cauces

La Revista Cauces pertenece al Instituto de Ciencias Religiosas de la Universidad de Navarra. Está pensada para profesores de Religión de Enseñanza Media.

Palabras de Juan Pablo II sobre San Josemaría (audio)

Benedidicto XVI convoca el año de San Pablo (junio 08/junio 09)

http://www.zenit.org/article-24158?l=spanish 29.VI.07

Friday, June 22, 2007

Una chica para la eternidad

Los chicos de los sesenta lo pasamos bien...¡Vaya que sí! Todavía recuerdo las conversaciones con mi amigo el frutero. Siempre salía yo contento de allí; quizás fuera por el insultante color de los fresones. Cerca había una pescadería; no recuerdo nada del pescadero. Lo que si puedo ver todavía son las angulas. No eran entonces artículo de lujo sino un ingrediente posible en la Navidad de una familia de clase media; de clase media bien.

La noche de Reyes era mágica. El encandilamiento del ambiente y la expectación interior parecían como caramelo líquido que empapaba el hondón del bizcocho familiar, hecho de intenso cariño y de un heroico sacrificio del que solo supe algo mucho más tarde.

Los fines de semana en un chalet de la sierra fueron un gran invento. Lo fundamental era lo que tenía que ser, los amigos de la urbanización. Pero el marco tenía una entidad de la que sólo he sido consciente de adulto. Aquellas discretas montañas eran mías. También lo eran las noches estrelladas de los veranos, charlando en un balancín. Ahora no puedo concebirme sin ellas.

En frente de nuestra parcela vivía un matrimonio vasco con ocho hijos. Pronto me hice casi uña y carne con ellos. Tere era la hermana pequeña; teníamos la misma edad. Al llegar a la madura edad de los doce años Teresa y yo parecíamos hechos el uno para el otro; así me lo parece ahora. Pasados muchos años veo una foto suya de aquella época en blanco y negro: la sencillez de su belleza y la inocencia de su mirada me desarman. La castidad de su estampa me enamora: gorrita ladeada, blusa clara de colores, coleta y una mirada desde otro mundo, tan ingenuamente antiguo que se transporta al futuro.

La verdad es que pronto me olvidé de ella. Algo le ocurrió a Teresa en el metabolismo. Con dieciséis años se puso bastante gordita y esto, para mi autenticidad adolescente, era un motivo suficiente para dejar de prestarla atención.

Después de veintiocho años, sin casi haberla visto y recordarla, me notificaron su fallecimiento repentino. Era soltera, vivía con sus padres. El día anterior a un congreso, al que debía asistir, un fulminante ataque al corazón segó su vida. La noticia me golpeó como un bombazo. De repente, todo mi pasado se levantó, exigente e imperioso. Cogí el coche y fui a visitar a aquella querida familia con la que ya no tenía trato. Llegué a Soto del Real, a aquél mismo porche que tantas horas había acogido mi infancia. Me dieron, con gran cariño, más noticias de todo lo ocurrido. Me fui con una foto reciente de Teresa: estaba simpatiquísima, junto a un perro caniche. Desde esa foto me mira con cariño, con complicidad, y yo me siento querido y protegido por una amistad que es ahora algo más que un recuerdo.


José Ignacio Moreno Iturralde

Una gran amigo

Carlos y yo salimos a correr al parque del retiro algún sábado que otro. La carrera casi es una excusa para desayunar luego, y mantener un agradable rato de conversación al calor del café y las tostadas. Los dos pasamos ya de los cuarenta. Carlos tuvo hace años un infarto al corazón y más recientemente otro infarto cerebral. Sin embargo, se cuida y ahora está casi tan fuerte como cuando éramos compañeros de colegio. Lo que nos pudimos reír en la escuela pertenece al arcano de nuestras almas. En cierta ocasión forzamos a cantar a un profesor de música y mientras gorgoreaba melodiosamente hicimos explotar un petardo. Mea culpa.

Como con el caso de Tere, desde los dieciséis años nos vimos mucho menos, con motivo de que yo cambiara de colegio. Él reactivó, desde hace cinco años, una comida anual de nuestra antigua promoción y estos felices encuentros han servido para reanudar nuestra honda y vieja amistad.

Carlos y yo no tenemos secretos entre nosotros pero no sabemos a que partido político vota el otro. Esto se debe a que a ninguno de los dos se nos ha ocurrido hacernos esta pregunta; no nos interesa pese a que ambos tengamos, como todo el mundo, inquietud social. Pensamos muy distinto en casi todo. Él es liberal, divertido, vividor, juerguista, sociable, buen padre y excelente profesional: un relaciones públicas nato. Mientras corremos; en mi caso más bien habría que hablar de arrastrarse, charlamos de su hija, su salud, su trabajo, mi vida, mis proyectos profesionales, de Dios, de antiguos amigos. Todo ello intercalado con estupideces y risas en abundancia. Con Carlos me he dado cuenta de que cuando existe la amistad verdadera los problemas políticos –tan presentes en otras ocasiones- pasan a un quinto o sexto lugar. He sido consciente de que si los hombres dedicaran más tiempo a fomentar la amistad desaparecerían buena parte de sus problemas.

Carlos y yo nos aconsejamos mutuamente. Somos tan distintos como complementarios. Quedamos cuando nos da la gana y no tenemos ningún compromiso el uno con el otro. Tan sólo nos une un interés común: mantener un poco la forma. Aunque, pensándolo mejor, esto solo sería insostenible. Existe también una mutua necesidad de consejo. Nos aportamos porque, como todo el mundo, hacemos cosas que verdaderamente merecen la pena. Lo que ocurre es que en nuestro caso además nos lo creemos.



José Ignacio Moreno Iturralde

Una madre fantástica

Recuerdo el angelote de traje celeste encima de mi cama abatible. A mi madre la contemplo nítidamente: siempre laboriosa: cocinando, planchando, cosiendo, viendo la tele y adivinando a la primera quien era el asesino de la película.

Los fines de semana y los verano íbamos a Soto del Real. Qué estupendo es el campo, el ladrido de un perro, el mugido de una vaca, la brisa zarandeando los chopos. El día de mi cumpleaños, Ana María, preparaba decenas de medias noches con jamón, queso, cocacolas, fantas, y torrijas. La chavalada de la urbanización de La Ermita venía a felicitarme en pleno, desde luego por la merienda. Ella disfrutaba y yo también.

Ana María sabía querer. No se daba ni media vuelta a sí misma, su formación cultural era escasa debida a los avatares de la guerra civil española y tengo que reconocer que me encantaba esa guasa suya ante los conocimientos académicos. Tenía siete hermanos, muchos sobrinos y muchos más amigos. De pequeño ella y yo jugábamos a ver quien ponía la cara más fea.

Gracias al Club de montaña del Banco de España, donde trabajaba mi padre, pude ir algunas temporadas a esquiar a la sierra de Madrid. Ana se levantaba muy temprano a ponerme el desayuno y a darme la bolsa de comida de la excursión. Al llegarme la edad del pavo no recuerdo que me sermoneara; tan sólo una vez, en que me vio frecuentar demasiado lo que antes llamábamos guateques, me dio un “toque” cariñoso, breve, pero exigente; no lo olvidé nunca.

Ana María se había quedado sin padre a los dos años. Su familia era de ocho hermanos que tuvieron que hacer maravillas para salir adelante. Voló en aviones de guerra; eso sí, como copiloto. Desayunó picatostes con chocolate con hermanos y amigos, en el jardín de su casa, mientras muchos huían a los refugios por peligro a los bombardeos. De joven se casó con un sentenciado a muerte por la tuberculosis sabiendo que sólo un milagro le curaría. No fue así. Viuda, joven y divertida, vivió con su madre y dos de sus hermanas en la España de la posguerra, trabajando de telefonista y pasándoselo bomba con la gente por su inmensa capacidad de hacer de la vida algo muy simpático y humano.

En los años ochenta se le declaró un cáncer. Su enfermedad duró bastante tiempo. Operaciones, radio y quimioterapia, y una larga temporada de bonanza. Rezó más que nunca, profundizó en su fe, en su cultura cristiana. Siguió disfrutando de la vida y encontrando a Dios en el camino del dolor, del abandono en sus manos, de los sacramentos y de la alegría. Recuerdo que poco antes de morir se preguntaba por qué le había tenido que tocar a ella. La enfermedad apremiaba y fue preciso un nuevo ingreso en la clínica de La Luz. No quería ir porque sabía que no volvería a casa. Al llegar un día a su habitación, por la tarde, la encontré rodeada de amigos que se tronchaban de risa ante las ocurrencias de la enferma...¡Vaya moribunda! Los días anteriores a su muerte noté que su unión con Dios se agigantaba y que la tremenda enfermedad no era más que una lanzadera para su alma.

Falleció el día 25 de mayo de 1990. Al día siguiente, sábado, fue el entierro en el cementerio de la Almudena. El día era soleado.. Al lado de su tumba había una estatua grande de la Virgen del Carmen.


José Ignacio Moreno Iturralde

Un padre que se convirtió en héroe

Pepe siempre ha sido un soñador con deseos de aventura. De niño vivió en Marruecos, Holanda y Francia. Esto se debía a que sus padres trabajaban para un diplomático, familiar suyo. Como a muchos sufridos españoles le tocó tragarse con patatas aquella horrorosa guerra civil, con tan solo dieciocho años. Salvó el pellejo por los pelos, gracias a las hábiles intercesiones de su madre en un momento especialmente crítico.

Sus máximas aspiraciones profesionales no se llegaron a realizar, pero ganó una codiciada oposición al Banco de España. Tuvo que dedicar mucho tiempo a sus padres, dada su condición de hijo único. A los cuarenta y dos años se casó con Ana María, de la que solo tuvo un hijo, aunque hubieran querido tener más. Pepe no descuidó entonces la atención a sus padres; incluso se los llevó consigo. Este acontecimiento llegó a suponer el heroísmo de Ana María –de quien ya os hablé- al atender al abuelo, ya impedido, en sus necesidades más perentorias por espacio de cinco años.

La abuela, a quien recuerdo como una ráfaga de alegría, falleció pronto. El abuelo cinco o seis años después. A mi me gustaba toquetear al abuelo, moldeando suavemente sus orejas o torciendo cariñosamente su nariz. Un día me pasé de la raya y una ágil bofetada suya rozó mi flequillo.

Pepe podría por fin viajar, pero su mujer e hijo no estaban mucho por esta afición. Pese a la severa oposición filial la familia hizo algunos buenos viajes, entre los que destacó una gira europea por Austria, Suiza, Alemania y Francia. Sin embargo, Pepe supo sacrificar muchas de sus aspiraciones turísticas y clavarse a un piso en la sierra porque pensó que sería mucho más beneficioso para su hijo; como así fue.

Cuando enviudó, tras la tremenda enfermedad de Ana María, le vi desvalido. Todo su aplomo -ya tenía setenta y dos años- se tambaleó. La Biblia dice con sabiduría que “no es bueno que el hombre esté solo”. A Pepe le quedaba su hijo, quien ya hacía una vida propia. Cuantas han debido ser para este viudo las horas de soledad. ¡Qué duro! En cierta ocasión quiso hacer un viaje a Holanda para recordar su infancia. Allí vio una estatua con una inscripción: “solitario, mas no solo”. Me confesó que se echó a llorar. Padre e hijo se veían tres o cuatro veces por semana, pero no convivían habitualmente en la casa paterna. Pepe combatía la soledad con frecuentes escapadas a Cercedilla, donde un posible amor tardío no llegó a cuajar. En el 2000, año jubilar, sufrió una neumonía doble que comprometió su vida. Felizmente se recuperó. Comenzó su vida en las residencias para personas mayores. Tras aquella enfermedad tuvo que pasar mucho tiempo sentado, asistido con oxígeno, en lo que él llamaba “el banco de la paciencia”. Actualmente vive en una buena residencia situada en la madrileña calle de Ayala. En una silla de ruedas tiene una crucial visita diaria: la comunión. Su hijo le ve en días alternos y el domingo, tras la misa, le da un paseo mañanero en coche, escuchando a Chopin, en días más melancólicos, o a Bethowen cuando hay más energías.

Siempre me llevé bien con mi padre, pero nunca me imaginé que llegaríamos a ser íntimos amigos como lo somos ahora, a sus ochenta y nueve noviembres. En estos últimos años jamás le he oído quejarse de nada, absolutamente de nada. Cierto día, haciendo alardes de cuidador, quise quitarle el cojín sobre el que se sentaba, sin levantarle. Lo que conseguí fue, ante mi espanto, tirar la silla de ruedas al suelo y a mi padre detrás. –“Estoy bien, estoy bien”... Estas fueron sus palabras.

Mi padre ha tenido siempre cierta pachorra valenciana y algo de conformismo ante la vida, cualidades que yo nunca había valorado muy positivamente. Sin embargo, estas características le han ayudado a vivir su ancianidad y a pasar a ser, cosa que jamás hubiera sospechado, mi héroe.


José Ignacio Moreno Iturralde

Una mujer genial

En el hospital de La Princesa, inyectada con suero y con la cabeza algo ida, Mercedes me decía: “espera, espera que te hago una tortilla”; al mismo tiempo que gesticulaba intentando batir un huevo con una invisible cuchara en su mano. No estaba de broma sino sonada por la enfermedad y las medicinas. ¿De donde surgía su afán culinario? De lo que había hecho toda la vida, servir.

Mercedes, hermana de Ana María, pasó en su juventud las penurias de la guerra. Se casó con Manuel, un valiente soldado que marchó a Rusia con la división azul. Allí encontró la muerte, tras una explosión y unos días de agonía, un veinticinco de diciembre.

Mercedes, joven y viuda, trabajó como telefonista en la centralita del diario Arriba. Una foto de época recoge a Mercedes y Ana María, ambas con vestido negro, paseando por la calle y partiéndose de risa.

Su casa era el punto de encuentro de toda la familia, un lugar donde charlar y reponer fuerzas, especialmente gastronómicas. Aunque con el paso del tiempo este último aspecto se puso inquietante. Dado por supuesto el afán femenino de alimentar a todo bicho viviente, aquello llegó a más. Era muy difícil parar a Mercedes en sus suplementos de primer o segundo plato. Atónito quedaba el incauto comensal al observar como surgía en la mesa un tercer plato inesperado, con el agravante de un próximo y concienzudo postre. Todo riquísimo, todo nutritivo, un manjar que en días sembrados llegó a requerir veinticuatro horas de riguroso ayuno para ser asimilado.

Lejos de tener un temperamento melifluo y dulzón, Mercedes refulgía brotes de justificado genio que inquietarían al mismísimo fundador de la Legión. Con los años su carácter se hizo mucho mas limado y amable con algunos miembros, más difíciles en el trato, de su dilatada parentela.

Ella se quedó a cargo de su madre, cuando Ana María contrajo segundas nupcias y Dolores, otra divertida hermana, encontró su media naranja.

Mercedes tenía su casa limpia como los chorros del oro. Aquél hogar estaba lleno de decoración pero no resultaba recargado sino acogedor. Un reloj de pared marcaba la serena cadencia del tiempo. En algunas ocasiones llegaba un pobre al portal. Sabía muy bien lo que hacía. Mercedes le bajaba un bocadillo de redondo –su especialidad-, bien regado con salsa, y una cerveza.

Tras la muerte de su hermano Luis, Mercedes estuvo pendiente de su cuñada Agustina. Posteriormente supe que atendió a la mujer de Luis durante una grave enfermedad y se encargó personalmente de hacerse cargo de todo lo relativo a su fallecimiento y entierro. Mercedes era profundamente cristiana. Regresando de la Iglesia, en una tarde de invierno infernal, no se encontró bien. Al poco tiempo hubo que trasladarla al hospital. Días más tarde me comentó lo simpático que fue aquél traslado pues por la ventanilla de la ambulancia iba rezando por todas las personas a las que podía ver en la calle.

Una noche me tocó quedarme de guardia con ella. Me contó cosas por las que me daba cuenta de que vivimos en un mundo de cartón detrás del que hay un misterio inmenso de sentido.

Tras una leve mejoría por la que pudo regresar a casa, con gran alegría, una recaída provocó un definitivo reingreso hospitalario. Durante unos días sufrió mucho físicamente. Murió en paz.

Mercedes fue un enganche de unión para sus hermanos, cuñados y sobrinos. Dedicó su vida a servir, con alegría y con fortaleza.


José Ignacio Moreno Iturralde

Un tío simpatiquísimo

Antonio era hermano de Ana María, Mercedes, Luis, Dolores; y de otros tres más: Blanca, Cristina y Baltasar. Siendo un chaval entrenaba en un equipo de boxeo. Cierto día estaba castigado a no salir de casa. Su ropa de entrenamiento había sido confiscada. Ni corto ni perezoso optó por pintarse un número en los calzones con una barra de carmín de una de las hermanas. Bajó por la fachada del edificio agarrado a una tubería y, muy de mañana, comenzó su habitual entrenamiento. Con esta hermosura de dieciséis o diecisiete años el parque de El Retiro era un lugar de esparcimiento deportivo de primera categoría para él. También una buena oportunidad de refrescarse en alguna fuente, tras el trabajoso esfuerzo físico. Un policía no era de la misma opinión y le instó vehementemente a que saliera de la fuente. Antonio, junto a un amigo compañero de baño, solicitaron la ayuda del agente para salir de allí pidiéndole la mano. Aprovecharon maliciosamente la ocasión y pusieron a remojo al gendarme, al tiempo que reanudaban su veloz carrera.

Otra manera de entrenar, poco ortodoxa, era acudir a una fiesta con su hermano Baltasar, ambos disfrazados de mujer. Cuando llegaba el baile y consideraba que algún muchacho se le acercaba demasiado gritaba...¡Sinvergüenza!; se quitaba la peluca y comenzaba a liarse a mamporros con el atrevido y todo aquél que se animara a ese estimulante método de mantener la forma. Baltasar le cubría las espaldas con un estilo de lucha más académico y sereno.

Una tarde un amigo verdulero pidió ayuda a Antonio en un mercado para vender el género, pues tenía que atender a su padre enfermo y no quería perder los ingresos de aquellas horas de trabajo. Accedió gustoso y montó tal show publicitario que al poco tiempo estaba lleno de clientes. Un profesional de la competencia se sintió agraviado y le instó a marcharse ya que Antonio no era el titular del puesto. Lógicamente le fueron dadas las explicaciones pertinentes a tan impertinente señor; pero no se dejó convencer y amenazó severamente. Llegados a este punto Antonio le respondió con el lenguaje que mejor conocía: el del boxeo. Lástima que el agredido quedara con fractura de mandíbula y que optara por una denuncia.

Pasadas las semanas Antonio acudió al juicio sereno, convencido de que la justicia estaba de su parte. Sin embargo el juez decidió imponer una multa a nuestro púgil. Antonio poseía un gen innato de fiereza y se sintió injustamente tratado. No se le ocurrió mejor idea que pegar un puñetazo al juez y salir de allí. Aconsejado por unos amigos abandonó el país y se fue a residir a Bogotá, en Colombia. Trabajó como taxista de toreros y conoció a Alejandrina, la que sería su esposa.

Lo conocí en Madrid cuando Antonio tenía más de sesenta años. Pasó aquí una larga temporada, como no en casa de su hermana Mercedes. Antonio me hizo reír en muchas ocasiones y me enseñó a conducir, cosa que le agradezco profundamente. Años más tarde se fue a vivir a Almería. Enfermó de gravedad y quise ir a verle, a darle mi último adiós. Pienso que me reconoció aunque estaba ya muy enfermo. El pueblo donde estaba era Mojacar. Tuve que contener las lágrimas cuando le di un beso de despedida. Me acompañaron unos primos al autobús que regresaba a Madrid. Era de noche y una inmensa luna naranja parecía que quería zambullirse en el mar sereno.


José Ignacio Moreno Iturralde

Un alumno inolvidable

Corría 1985 cuando conocí a César, uno de mis primeros alumnos de un colegio del barrio de Vallecas, en Madrid. Estudiaba primero del antiguo bachillerato. Era un tipo de catorce años, vivaracho y con una prodigiosa memoria. Al terminar el curso cambié de centro educativo y tuvieron que pasar dos años hasta que un día le vi en el metro. Tenía melenas, vestía una chupa de cuero negra claveteada, heavy. Reaccionó con alegría al verme. Intercambiamos unas palabras gratas en el ambiente tecnourbano del metro. Él también había dejado aquel colegio y tenía toda la pinta de haberse convertido en el genuino macarrilla de dieciséis años. Entró el gusano metálico y nos separamos.

La montaña rusa de la vida me devolvió al mismo colegio de Vallecas en 1991. Era agosto, antes del comienzo de curso, cuando un personaje se acercó y me dijo: ¿Me conoces? Su cara me era familiar pero no le acababa de situar. Era él: César. Estaba estudiando Derecho. Su estética se había refinado, alguien me dijo después que había sido “Mod”, una especie de tribu urbana. Me alegró reencontrarle. Quedamos en que le llamaría para unos coloquios con universitarios. No lo hice por puro olvido; qué negligentes y estúpidos son algunos olvidos.

Unos meses más tarde, César buscó a un sacerdote que trabajaba en el colegio. Le dijo que venía a encargar su funeral. Ante la cara de desconcierto del receptor del mensaje César le aclaró su situación. Le habían encontrado un tumor en el cerebro y había que intervenir rápidamente. Su vida corría peligro en la operación. El sacerdote trató de darle ánimos. Charló con él un buen rato.

Pese a que la intervención quirúrgica parecía haber salido bien, hubo una complicación posterior y César falleció. Pocos días después se celebró el funeral al que asistieron sus padres, envueltos en lágrimas, y sus compañeros de universidad y los antiguos del colegio. Se dijo que César había muerto como un valiente.

César no tuvo una vida demasiado lograda desde el punto de vista humano, pero supo acertar al final. Seguramente no se cumplieron muchos de los sueños que pretendía realizar pero logró el más importante: situar su vida desde una óptica de profundo sentido.


José Ignacio Moreno Iturralde

Monday, June 18, 2007

Juan Pablo II y la confesión

Al final de una audiencia, Juan Pablo II pasó junto a un matrimonio. La esposa, sin pensárselo dos veces, acudió al Papa como quien se agarra a una tabla de salvación.
—Santo Padre, mi marido hace muchos años que no se confiesa; dígale algo.
El Pontífice no comentó nada, continuó la marcha; pero, de repente, volvió sobre sus pasos, se situó frente a aquel hombre y dijo solamente esto:
— ¡Vuelve! ¡Qué mal se está lejos de Dios!

Saturday, June 09, 2007

Los Caminos de Jesús


Duración aprox. 120 min.
(4 capítulos de 30 minutos)

Los Caminos de Jesús
Al filo de la narración evangélica visualizamos en cada capítulo, algunos de los lugares que Cristo santificó con su presencia. Geografía e historia se combinan con escenas de la vida de Jesús.

Los capítulos que contiene este dvd son:

1. La infancia del Señor
2. La vida oculta de Jesús
3. La primera Pascua
4. Milagros en el lago

http://www.goyaproducciones.es/
20€

Día del Corpus

Excepto en algunas localidades, como Toledo, por ejemplo, la festividad del Corpus Christi se celebra en domingo; este año, el 10 de junio. ¡Qué coincidencia!: cae en el mes del Corazón de Jesús. Me llama la atención porque el Día del Corpus Christi o de la Eucaristía, es el Día de la Caridad y el Corazón de Jesús es "horno ardiente de caridad". Hoy se habla de solidaridad y hasta de amor con cualquier significado; pero la palabra caridad apenas se usa. El amor se puede concebir de distintas maneras (ágape, eros…), e incluso se da hoy el nombre de amor al mero sentimentalismo egoísta e incluso a actos torpes sin amor alguno. El amor cristiano o caridad es el amor de Dios contagiado al corazón del hombre, capaz de entrega personal. Quien se acerca con frecuencia y recogimiento a la Eucaristía, en donde está Cristo vivo, no puede menos que contagiarse de sus sentimientos de amor sincero y de misericordia ( 'dime con quién andas y te diré quién eres'- dice el adagio -). El cristiano que ama, siente los problemas de los demás como propios, los sobrelleva con la fortaleza del Espíritu Santo e intenta ponerles remedio ( la caridad es imaginativa). Quien no se compadece ni comparte amorosamente lo mucho o poco que tiene con el necesitado ni consuela a los demás, no conoce la alegría del espíritu ni tiene a Dios en su corazón: "En donde hay caridad y amor, allí está Dios".

Josefa Romo