Wednesday, March 30, 2005

No vivir de cara a la galería

Dicen que un gran negocio sería vender a los hombres por lo que valen y venderlos por lo que ellos creen que valen. Tendemos a sobrevalorarnos, a quedar bien; y cuando las cosas nos salen mal, en ocasiones, pensamos que no valemos para nada. No es cierta ninguna de las dos posiciones; poco a poco hay que ir madurando el juicio sobre nosotros mismos. Para esto es importante no estar demasiado pendientes del qué dirán: La capacidad de amargarnos la vida con este tema es francamente notable.

Humanamente un tipo creído, o excesivamente pendiente de si mismo, repele. Una persona que sabe escuchar, que piensa en los demás, atrae. La perspectiva cristiana da mucha luz al respecto: soy lo que soy delante de Dios y eso es lo que importa; que los demás piensen lo que quieran. La fe cristiana nos ayuda a independizarnos de juicios ajenos, a la vez que procuramos sopesar buenos consejos y ayudas de los demás. Existe así un ancla firme para buscar en uno mismo la propia personalidad. De este modo se va perfilando nuestra biografía y ganando en unidad y sencillez, que es una virtud muy atractiva.

Sunday, March 27, 2005

Semana Santa

Institución de la Eucaristía: Dios se ha hecho hombre de carne y hueso. Sólo esta frase debería ser suficiente para una constante alegría y gratitud. Hay más: se ha hecho Pan, Alimento del alma: está verdadera, real y sustancialmente presente en el pan y en el vino consagrados. Es Dios-con-nosotros. La institución de la Eucaristía adelanta de modo sacramental el sacrificio de Jesús en la Cruz al día siguiente. Viernes santo: golpes terroríficos a mansalva, salivazos, burlas, escarnios, vejaciones, desnudez pública, clavos que traspasan sus manos y sus pies, tremenda agonía, inefable sentimiento de abandono. Al mismo tiempo, tiempo y eternidad unidos, fabulosa satisfacción de apurar el cáliz del dolor por la salvación de todos los hombres; Redención copiosa y superabundante, Victoria definitiva del Hijo del hombre que es Hijo de Dios. Al pie de la Cruz, destrozada, Santa María junto a Juan. Cristo da a María como Madre a Juan y da a Juan como hijo a María. Juan es todo de Dios y todo de María. Que dicha si al final de nuestra vida pudiéramos ponernos en el lugar de San Juan y decir: he luchado por ser todo de María; en obras, pensamientos, afectos. Cristo se abandona totalmente en Dios Padre:”En tus manos encomiendo mi espíritu”.

Sábado Santo: sin la Madre de Dios abatimiento y profundísima tristeza; con Ella esperanza, con la llama discreta pero real de amor vivo. Día para decidirse a ser todo de María; sólo de María y así configurarse con Dios: morir como Ella a si misma para resucitar con Él.

Domingo de Resurrección: el sepulcro vacío. Gloria, estupor y alegría inmensa, júbilo incontenible, incredulidad de algunos ante la noticia. Jesús se aparece a la Magdalena, a dos discípulos en Emaus.Finalmente se aparece a los apóstoles y les reprocha su incredulidad. Tomás no está y no lo cree. Ocho días después, el Señor se aparece a los once y le dice a Tomás que meta los dedos en sus llagas y la mano en su costado; y el apóstol exclama “Señor mío y Dios mío”. Antes de ascender al Cielo Jesús les apremia para que den a conocer el Evangelio por todo el mundo bautizando en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Toda esta maravillosa verdad es conocida por muchos y cabe preguntarse cómo es posible que con frecuencia los creyentes respondamos con tanta mediocridad. Es algo bochornoso nuestra falta de correspondencia vital ante tal maravilla. Países enteros donde la mayoría de los ciudadanos se llaman cristianos están plagados de clínicas abortistas, de inmoralidad barata en los medios de comunicación, de infidelidad, de fraude. ¿Qué hacer? Desencostrar tanta indolencia propia, rezar, frecuentar los sacramentos, luchar por modificar los defectos del propio carácter y de la propia conducta. En definitiva preguntarse: ¿Dónde está la Cruz en mi vida? ¿Vivo con la Santa la Cruz dentro del pecho y de la mente? Todo esto es posible con la ayuda de Dios. La Eucaristía, como escuché una vez, es Dios que quiere vivir con cada uno de nosotros nuestra vida para que nosotros vivamos la suya. Él mora en el alma en gracia y el alma mora en Dios. Jesús nos revela, en el fondo del corazón, nuestra vocación, nuestra felicidad: la mirada amorosa de Dios Padre hacia la que tiende cada una de nuestras vida. Envalentonados en el amparo de Santa María, con esfuerzo y alegría, sabiendo que el Señor es nuestro Cirineo en los momentos duros, podemos hacer realidad la ilusión de Dios: nuestra salvación, nuestra felicidad eterna y ya aquí en la tierra, aunque en ocasiones no falte el dolor.

Wednesday, March 23, 2005

Razón y fe I

La sabiduría de Nelson

Horatio Nelson fue un conocido almirante inglés que vivió entre los años 1758 y 1805. Tuvo mala salud y llegó a perder un brazo en un combate. Sin embargo era un genio militar. Cuentan de él que, en medio del fragor de las batallas, bajaba a su camarote y abría un misterioso cofre. Rápidamente volvía a subir y, renovado en su ánimo, continuaba dando órdenes muy eficaces. Tras su muerte unos compañeros suyos se decidieron a abrir el misterioso cofre. Contenía un papel en el que estaban escritas estas palabras:izquierda, babor; derecha, estribor; .

Tantas veces la sabiduría está en no olvidar las cosas más sencillas, incluso las perogrulladas. Es dificil que alguien diga que esto son letras y que no lo son al mismo tiempo y en el mismo sentido. Pero...aquella jugada de fútbol decisiva...¿fue penalty?; lo que le he dicho a esta persona...¿está bien?...o: ¿puedo encontrar una razón verdadera para romper este compromiso?...No siempre las respuestas son fáciles aunque quizás en muchas ocasiones las dificultades provienen de que nuestros intereses o nuestra voluntad no coincide con la realidad de las cosas. No es una cuestión únicamente de inteligencia sino también de voluntad.

Las personas humanas a veces buscamos el término medio en lo que ya es un extremo, pero por mucho que nos afanemos eso no será nunca una virtud. Con tesón equivocado buscamos en ciertos momentos la cuadratura del círculo pero si somos más sencillos caemos en la cuenta de que esto es imposible o absurdo.

Así las cosas puede parecer que las reglas de la realidad un poco o bastante aguafiestas frente a los sueños de nuestra imaginación. A veces tal vez sí; pero otras no. Quisiera destacar una y una muy importante. Recuerdo la penetrante pregunta de un antiguo alumno mío: ¿por qué la vida no puede ser absurda? ...Es cierto que ocurren cosas a las que no siempre sabemos encontrarles una respuesta: millones de personas sumidas en la pobreza, jóvenes o niños que encuentran la muerte de súbito, graves injusticias o, algo más cotidiano, la propia fealdad interior o exterior. Todo esto puede parecernos más o menos absurdo pero la vida no puede ser totalmente absurda por la misma razón que un círculo no puede ser cuadrado. Esta regla ferrea de la no contradicción nos libera de la inquietud del absurdo y nos da una base andadera sobre la que avanzar con un sentido.

Razón y fe II

Resulta que es al revés

Entre 1616 y 1633 tuvo lugar el famoso proceso de Galileo. Lo que tal vez no sepas es que la junta de teólogos astrónomos que juzgó las tesis de Galileo también sospechaban que era la tierra la que giraba alrededor del sol. Pero no tenían las pruebas suficientes y la matemática de Galileo estaba equivocada. Sobre el caso Galileo, Walter Brandmüller publicó un interesante libro titulado Galileo y la Iglesia. Lo he recordado ahora porque realmente nos parece que desde el alba hasta el ocaso es el sol el que gira alrededor de nosotros y, sin embargo, resulta que es al revés. Esta observación, que durante miles de años tenía la seguridad de una evidencia, se repite en otros órdenes de la vida: si escuchamos nuestra propia voz grabada en una cinta nos parecerá extraña; quizás si nos grabaran en vídeo durante un día nos resultaría francamente curioso.

La verdad de las cosas es anterior a nosotros y está fuera de nosotros; conviene no olvidarlo. Viktor Frankl ha afirmado en su best-seller “El hombre en busca de sentido” que es mejor plantearse la pregunta ¿qué espera la vida de mi?, en vez de ¿qué espero yo de la vida?...Desde luego no se trata de carecer de proyectos ni ilusiones, ni tampoco de tener un conformismo negativo, pero hay que saber tomar la vida como viene y ser realistas para poder tener eficacia y fecundidad. Chesterton escribió: “cuantas cosas se vuelven santas sólo con volverlas del revés”

Razón y fe III

La originalidad

Tal vez la originalidad tenga que ver con el origen. Y el origen nos puede recordar el lugar donde uno ha nacido, donde estaban los amigos de la infancia; en definitiva: la patria chica. Es un lugar entrañable. Allí uno se encuentra a gusto. Esta bien consigo mismo.

Hay niveles más profundos de encontrarse uno a sí mismo; de aceptarse -sin que esto suponga una claudicación por superarse-, de estar contento. Quizás sea ahí: en el conocimiento de nuestra naturaleza, en la madurez que supone saber algo sobre nuestras posibilidades y límites, donde uno puede lograr ilusión para hacer de sí mismo “un clásico”.

Quizás para ser un “clásico”, genio y figura, no hace falta poseer la intuición de Einstein o la imaginación de Spielberg, o el ritmo de los Beatles. Simplemente puede consistir en sacar fuera lo mejor de nosotros mismos. Tal vez todo sea tan sencillo como ser normal o ser natural. Pero... ¿Qué es ser natural? Actuar según nuestra naturaleza más verdadera. Explica Millán Puelles que las personas estamos compuestas por una tendencia a abrirnos a la realidad y por otra tendencia a cerrarnos en nosotros mismos. De la pugna entre ambas surgirá el resultado de la propia vida. La tendencia a la apertura puede llamarse vocación profesional, afectiva, espiritual, etc; la clausura: egoísmo. Así la vocación es para algunos motivo de felicidad y para otros motivos de angustia.

Hay algo que a los humanos nos atrae como un poderoso imán: la alegría. Al entender la vida al revés sustituyendo la autorrealización o “egobuilding” por el servicio a los demás uno se libera de las autoritarias exigencias de su propio yo. Exigencias que pueden ser gigantes e irrealizables y, por tanto, sustituidas con el tiempo por la apatía o el peor conservadurismo: la cobardía de encerrarse en el anonimato. Salir de uno mismo supone iniciar la aventura de acceder a una realidad que es anterior a mí; es disfrutar con la existencia de unas leyes previas a mí, en las que puedo descansar. Esta actitud ofrece resortes para afrontar los imprevistos de la existencia. Posibilita abandonar la pesada carga de algunos proyectos personales que tal vez no sean necesarios. Cuando uno aprende a ponerse en su sitio también aprende a quererse mejor a si mismo.

Razón y fe IV

Tu verdad

Hay verdades parciales porque hay Verdad máxima de modo análogo a que hay móviles porque hay una red. Un teléfono que no tuviera conexión con el resto o insistiera en llamarse a sí mismo no sirve de mucho. Algo parecido nos ocurre a las personas. Tu verdad no es “tu verdad”...sino tú verdad relativa a la de los otros y a la Verdad primera que causa a todas.

Una antigua canción tonaba este estribillo “lo que soy es guapo”. Puede ser cierto, o no. Hay etapas en la que no nos cuesta nada aceptarnos; todo lo contrario: estamos muy orgullosos de nosotros mismos, tal vez con motivos poco fundados. Existen otros periodos en los que nos puede doler nuestra propia vida. Aceptar la penosa situación que atravesamos se nos revela como algo arduo y áspero. El realismo y el sentido común nos dicen que hay que seguir adelante, pero tal motivación no es por sí sola atractiva. Rechazamos el sinsentido y el puro azar como causa de lo que nos pasa por considerarlos motivos absurdos, irracionales e inhumanos. La familia, los amigos, la empresa -quizá en menor grado-, pueden ser puntos de referencia para proseguir la tarea de vivir.

Hay otra motivación más profunda que no sé si acertaré a expresar: nuestra vida es, ante todo, una llamada a la existencia, una biografía. Nadie hará por ti tu vida. En cualquier novela o película el protagonista encuentra dificultades, situaciones no previstas, difíciles, que tiene que afrontar. Sin ellas no habría ni encanto, ni atractivo, ni novela. Ninguno hemos elegido vivir sino que hemos sido elegidos ; y es más ilusionante ser elegido para algo digno como es vivir, que elegir. Este es el motivo, como explicaba en sus clases el profesor Antonio Ruiz Retegui, por el que no cambiamos nuestra vida por la de nadie: porque nos ha sido dada con un sentido personal, no siempre fácil de descubrir, con una misión que solo cada uno puede cumplir.

Razón y fe V

Unidad en la pluralidad

La unidad entre las personas que compran en unos grandes almacenes es por lo general una relación de interés y agregación. Sus relaciones son sobre todo utilitarias. La unidad entre los hinchas de un mismo equipo deportivo es algo más, comparten una afición: un interés no necesario. La unidad que se da entre los hombres de bien tras la liberación de un secuestrado que ha sufrido torturas es mucho mayor: las personas se alegran profundamente por la alegría de la persona que estaba siendo maltratada. Esta es una unidad por la que se quiere el bien de la otra persona. El hecho de que le hayan sido devueltas las condiciones propias de su dignidad crea en los demás un clima de unidad. Se comprende al otro porque de algún modo es igual a
los demás. La persona es el ser capaz de comprender; de ponerse en el lugar del otro; de salir de si misma. Por esto, afirma Spaeman, la persona es un símbolo del absoluto.

Hay otro aspecto que no conviene olvidar: Lewis, al hablar de la amistad en su obra “Los cuatro amores” al hablar de la amistad afirma que cada amigo me revela parte de mi yo. La amistad no es sólo un lujo sino algo que nos engrandece; algo que nos hace ser más. La riqueza interior de cada uno depende de todos aquellos que le aprecian bien. Aquí hay algo muy importante: de alguna manera el otro está en el fondo de mí: su verdad está conectada a la mía, aunque ambas son distintas.

Si una mujer o un hombre viven rodeados de injusticias que afectan a otros y no hacen nada que esté a su alcance por evitarlas, sus propias vidas empiezan a perder sentido. Si trabajan por mejorar las condiciones de vida de sus semejantes comienzan a estar satisfechos: a estar a bien conmigo mismos, a ser felices. Tenemos mayor unidad interior, integridad y plenitud de sentido en la medida en que somos generosos.

Razón y fe VI

Enfermedad y muerte

No llevamos el timón de la realidad, ni siquiera totalmente el de nuestra propia vida pero aunque en el mar de la existencia haya tormentas que no entendemos no por eso carecen de un sentido que quizás más adelante podremos entender. Este es un punto importante para saber que la vida es una verdad imperfecta en la que nos podemos realizar como personas.

La enfermedad, especialmente la crónica, es una acompañante de camino bastante antipática, francamente desagradable y, en ocasiones, brutalmente ofensiva. Sin embargo resulta ser una catedrática de fina sabiduría y tras su rostro feo esconde un alma delicada y una tenaz entusiasta de nuestra mejora personal.

Cabalgar por las amargas estepas del insomnio o sentir la ácida y abotargada sensación de las jaquecas o el desaliento y el malestar no es algo sólamente nefasto. El espíritu puede entonces sacar de la autosuficiencia dependencia, de la pedantería sencillez, de la torpeza comprensión, de la angustia paz, de la tragedia comedia. Empieza a entenderse la vida como regalo y al descostrarse nuestro egoísmo podemos volver a entender de un modo nuevo la actitud más básica y fundamental del hombre, tan frecuentemente olvidada: la gratitud.

El enfermo es para su familia fuente de contradicción e incluso de aburrimiento; pero en mucho mayor grado es causa de generosidad y de fraternidad. En especial cuando nuestro enfermo entra en fase terminal y fallece. Llega así un momento, un día radicalmente distinto, en el que uno va por primera vez detrás del coche funerario donde llevan a un ser muy querido. La insuficiencia de este mundo se manifiesta patente, nítida; pero no su sinsentido si se tienen ciertas referencias. Más todavía, como he visto, si la persona fallecida ha encarado su enfermedad y muerte con categoría humana, con plenitud de sentido y con amor a los demás. Tal actitud no aparece como absurda sino todo lo contrario: como la más noble, digna y verdaderamente humana. Su capacidad de transformar es poderosa. Verdaderamente la auténtica buena muerte, su aceptación llena de paz y de esperanza es toda una escuela para la vida.

Razón y fe VII

La vida como regalo

“Se trata de que no se vaya el santo al cielo sino que venga el cielo al santo”. Esta frase la decía un amigo mío en la mesa, señalando un magnífico postre en un día de fiesta. ¡Cuanta razón tenía!

Hoy parece que se ha acentuado el afán de disfrutar. Muchos buscan una auténtica cultura del “subidón”, un empeño por gustar sensaciones fuertes, potenciado y extendido por capitalismos mediáticos publicitarios. Es lógico querer pasarlo bomba; sin embargo el problema está en que curiosamente no se sabe vivir bien. Las prisas, la búsqueda del éxito y del dinero rápido, la aceleración como modo de vida puede que no sea, en el fondo, más que una huida hacia delante. La exaltación de las emociones nocturnas no da respuesta a la realidad del trabajo cotidiano. Se vive con cierta histeria una única realidad en la que no se encuentra la unidad de sentido de la vida. Y esto se debe, como afirma Alfonso Aguiló en alguno de sus artículos, a que se busca la felicidad donde no está y se ignora que para ser feliz lo que hay que modificar no es tanto lo de fuera sino lo de dentro de uno mismo.

Reflexionar en que uno ha nacido sin ningún mérito personal ni consulta previa es mucho más que una perogrullada: es la pura verdad que, sin embargo, olvidamos con mucha frecuencia. A pesar de los flagrantes males del mundo, de la enfermedad y del dolor moral, la vida sigue siendo una llamada, un regalo de valor incalculable. El bien suele ser más discreto y silencioso que el mal, pero mucho más sólido y fundamental...como lo es una madre buena. Lo que podemos hacer, en expresión de Julián Marías es “educar la mirada” y también el entendimiento y la voluntad para caer en la cuenta de la cantidad de cosas estupendas que nos suceden: desde respirar hasta optar por aventuras quizás sencillas pero llenas de verdad y de bien, maduras de humanidad y sazonadas de buen humor. Quien procura vivir siempre así, de hecho, es bastante probable que lo haga desde la fuerza de la fe. Hay un salto de confianza, de esperanza, de aptitud para la felicidad - esto es en parte la fe- que no puede ser impuesto racionalmente, porque la mano de Dios sólo se coge si libremente se quiere. Lo que sí se puede constatar es que quien así lo hace está en condiciones de disfrutar tanto en día laborable como en fin de semana: y con un gozo enorme, porque todo se llena de sentido. Y ese sentido es la fuente de la felicidad.

Razón y fe VIII

Ser querido

Ser querido, dejarse querer, parece lo más natural del mundo. Se ve muy claro en los niños y en los ancianos; y en todo el mundo. Sin embargo, en épocas más o menos largas, nos cuesta aceptar el aprecio de los demás aunque en el fondo lo deseamos.

Nuestra autonomía, incluso en el darse, puede impedir algo que tal vez es más importante que querer: aceptar ser querido. La razón es quizá sencilla: nadie da de lo que no tiene. Nadie que no haya sido querido sabrá querer. Querer a otra persona, como dice Pieper, no es quererla para mí sino querer lo mejor para ella. Ser querido es por tanto ser dignificado, ser dotado de sentido, de valor.

Ser querido es en cierta manera permitir que nuestra identidad dependa de otro, por esto puede dar verguenza. Ser querido es aceptar la unión con las demás personas, y supone -si se puede hablar así- perder algo de casta para ganarlo de personalidad. Aceptar ser querido es la base para querer; y sólo quien se sabe muy querido sabrá querer y darse con toda su persona.

Razón y fe IX

Fijarse en lo positivo

El agujero es en el queso y la herida en el cuerpo. Las sombras son por las luces; no al revés. Fijarse en lo positivo, en lo bueno, es ser realista. No se trata de la necedad de ignorar el mal ni sus consecuencias, a veces tremendas. Se trata de comprender una cosa: ser es ser agradecido.

Muchos bienes no son noticia. Dicen, con respeto y aprecio a las verdades difundidas por el periodismo, que el ruido no hace bien y que el bien no hace ruido. Fijarse en lo bueno es el requisito previo para conseguirlo. En ocasiones el escalador tiene que mirar hacia abajo pero sobre todo debe mirar arriba para poder llegar.

Cada persona se transforma en aquello hacia lo que se dirige. Si nos fijamos en el bien y nos acercamos a él seremos buenos. Esto requiere un ingrediente difícil de obtener: el conocimiento propio. En este conocimiento, donde juegan un papel importante la sensatez, la experiencia y el consejo cualificado, también hay que fijarse en lo positivo, en lo bueno de nosotros mismos, por las mismas razones que hemos antes, para recuperar, con más temple, la propia ilusión de vivir.

Mirar a la victoria, sin desconocer las dificultades que pueda llevar consigo, es ya empezar a conquistarla.

Razón y fe X

Vida y misterio

La vida esconde en su origen y en su actualidad el misterio de su por qué. La palabra misterio era traducida por los latinos como sacramentum; esto es: algo visible que connota lo invisible, lo que está detrás; lo que es su sentido. La realidad visible es de alguna manera un símbolo; algo que remite a su origen, a lo que la dota de unidad de sentido. Y, en la realidad, viven unos símbolos vivos y libres que somos nosotros mismos.

Los hombres podemos representar personalmente el mundo; por ejemplo al escribir una novela, pero no podemos dotarla de realidad. Hay Alguien que si puede. En El su ser se identifica con su pensamiento y su querer con su poder. Un literato ha creado la novela en que vivimos. Alguien entiende el mundo y al entenderlo lo ama. Nos entiende a través de su Idea, de su Nombre. Somos porque nos quiere. En expresión de Chesterton el mundo es una novela donde los personajes pueden encontrarse con su autor .Cada persona es una biografía dentro de la novela. Y hace falta un personaje principal que dé unidad de sentido a todas nuestras vidas.

Razón y fe XI

Cuatro puntos de apoyo

Vamos a destacar cuatro ideas. Hemos visto que desde experiencias parciales podemos extraer conclusiones generales que a su vez son reglas sólidas de la realidad y condiciones para que exista: el sentido del mundo está diseñado desde fuera del mundo. Otra conclusión estudiada es que ser original es ponerse en el lugar del otro. También tu verdad personal tiene mucho que ver con la verdad de los demás :existe una unidad en la pluralidad. Y, entre otras muchas cosas interesantes, la realidad, y la propia vida de cada uno, remite a un misterio que permanece desconocido a unos y llena de sentido a otros.

¿Piensas que hay una relación entre estas cuatro ideas y algo que está a diario al alcance de nuestra vista?

Tuesday, March 22, 2005

Navidad

Los que tenemos una visión alegre de la Navidad esperamos esa fecha con ilusión. Ese día nos resulta excepcional dentro del calendario. Gran parte de las jornadas resultan, en ocasiones, algo monótonos, grises; a veces duras. La Navidad es bonita, pero nos parece que no es lo normal. Esta es precisamente la idea que pretendo combatir: la Navidad es el día más normal de todos porque en esta jornada se resume la condición nativa y original del hombre; a saber: que es familia de Dios y de sus semejantes.

En la medida que olvidamos esta realidad de fe vivimos una vida más o menos devaluada: nos fijamos más en el mal que en el bien, en la molestia que en el agradecimiento. La Navidad nos da el vuelco que nos hace falta pues al buscar la “Gloria a Dios en las alturas”, encontramos la “paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”.

La Encarnación del Hijo de Dios supone la unión del tiempo con la eternidad. Las amistades tienden a recuperarse, los vínculos familiares a fortalecerse. Esto no se debe a un tenue sentimentalismo que pronto se disipará, sino a una verdad tan provocativa que nuestros ojos débiles no son capaces de verla en plenitud y nuestros torpes oídos de escucharla con la suficiente profundidad. La Navidad nos sitúa ante la realidad de nuestra vida porque toda la tristeza y el decaimiento, que nos parecen tan vitales, no son más que la sombra de la alegría que nos debería penetrar hasta lo más hondo de las entrañas.

Cuando vemos tanto complejo en la calle por eludir la amable figura de la Sagrada Familia no se trata ya de no alcanzar la alegría navideña sino de caer en la tristeza de avergonzarse ante un Mensaje que por ser divino es profundamente humano: pobreza, amor, familia, solidaridad, paz, entrega. Un miembro de cualquier confesión religiosa, al que nadie impide expresar y manifestar públicamente su fe, no puede menos de maravillarse con la cita anual con la Navidad. Las personalidades públicas que eluden las manifestaciones de fe en pueblos, mayoritariamente cristianos, no han entendido nada de lo que esta fecha significa. Turbados por sus complejos no son capaces de dejar manifestar el motivo de la fiesta de la alegría: Dios-con-nosotros.
Creer que el Creador del universo se ha hecho un niño, junto a una madre y un padre sin techo, es fruto de la fe y la fe no se impone. Pero esa familia bendita no es una imposición, sino una propuesta de misericordia para un mundo enfermo que no sabe como encontrar la paz. Navidad es, si uno se sitúa en el diálogo de la humildad, la inaudita manifestación de la verdad más profunda del hombre: que sus obras de nobleza nunca serán estériles, pase lo que pase.

La Navidad nos golpea con un rayo de luz y nos hace ver la verdad y la mentira que hay en nuestros corazones. Nos enseña lo que todavía nos falta para ser más reales, más humanos; y aunque vuelvan los pesares y las dificultades, quizás en esta Navidad podamos aprender que es a ella a la que nos encaminamos: a la plena morada de Dios en nuestras vidas.

Saturday, March 19, 2005

San José: un hombre de palpitante actualidad

Nuestro mundo está surcado por pantallas de televisión, ondas de radio y cables telefónicos. Se le hace más caso a quien tiene capacidad de levantar su voz por encima de los demás. Es un mundo en el que hay que darse a conocer:”si no estás en los medios no existes”. José de Nazaret siguió una lógica distinta. No hay una sola palabra suya recogida en el Evangelio; pero si una profunda actitud de escucha, de confianza y de obediencia a Dios.

San José fue un hombre simpático, maduro, profundamente enamorado de Jesús y de María. En José se descubre algo muy profundo: una genuina referencia para toda persona. Su sencillez, su sobriedad, su encantadora actitud de pasar modesta y olímpicamente del qué dirán por ir a derecho a cumplir su vocación hacen de su silencio una llamada atronadora: un eximio y asequible ejemplo de vida. José fue artesano, trabajó mucho y duro, en ocasiones tuvo que sortear graves dificultades, fue fiel. Aceptó los planes de Dios y no quiso ser protagonista: no le importó no tener un hijo según la carne y se le confío hacer de padre del Verbo encarnado.

Su vida está llena de normalidad, de cordialidad. San José nos da una gran enseñanza: la grandeza de una vida consiste en vivir lo cotidiano junto a Dios y a María: algo que está al alcance de todos. Tan sólo hay que hacer lo que Él hizo: callar, escuchar, obedecer, con la seguridad de que “Dios añádira”(esto significa en hebreo José). Hoy también conviene gritarlo con la propia vida y con los medios de comunicación porque el ejemplo de José, si se tiene confianza en Dios, llena plenamente de realismo y satisfacción el corazón humano.

Friday, March 18, 2005

La superstición del divorcio

La superstición del divorcio: este es el título de un libro de Chesterton. Algunas de las siguientes ideas son de él. Hay personas que consideran el matrimonio, especialmente el canónico, como una ceremonia supersticiosa e incluso algo hipócrita. Harían bien en pararse a pensar por qué, sin embargo, la institución matrimonial ha dado durante los siglos tanta estabilidad personal y tantos frutos. Nadie maduro duda de los momentos de dureza y monotonía de la vida matrimonial; cómo tampoco nadie duda de que a cualquier madre o padre maduro le importa bastante más la vida de su hijo que la suya propia. Sin embargo, aguantar mecha no parece hoy al alcance de muchos: “Se dicen: Hay un magnífico remedio, el divorcio. Volver a empezar. Otra nueva posibilidad para el amor”. Pero el amor humano no es el encuentro furtivo de dos arenques en el mar. Amar es compartir la propia personalidad. Al segundo esposo o esposa le está vedada la personalidad compartida con el anterior. Está estadísticamente demostrado que el divorcio engendra más divorcio y ello se debe a que una biografía rota es mucho más frágil para volverse a romper. La creencia en el divorcio como amuleto de salvación no deja de suponer una especie de religiosidad supersticiosa para con uno mismo; es una clase de opio del pueblo para momentos de especial materialismo y falta de ideales.

El gobierno español se apresta a apresurar más los engorrosos trámites del divorcio: “felicidad cuanto antes”. No debe haber espacio para la reflexión, para la consideración responsable de que con las propias decisiones me juego la veracidad –mejor que autenticidad- de mi vida. No sospechan nuestros gobernantes que este tipo de leyes sentimentales se transforman en varapalos de hierro contra la mujer y el hombre. Las personas; no digamos nada los españoles, tenemos corazón y mucho. Pero es el cerebro quien debe guiar. ¿Acaso no trastorna la pasión a la inteligencia? ¿No es verdad que tras varios días o meses desde que surgió la indignación nos damos cuenta de que gran parte de la culpa fue nuestra?

Los datos hablan hoy de una escalada de aumento de separaciones y divorcios en España. ¿Es contrario a democracia preguntarse por qué? No vaya a ser que contrapongamos democracia a inteligencia. Quien se ha rebelado contra la familia a lo largo de la historia se ha rebelado contra la humanidad: Lo demuestran tanto los sistemas esclavistas, el socialismo comunal, el capitalismo salvaje y últimamente la sociedad del bienestar, en la que con frecuencia se está tan mal.

Sí, de alguna manera la entrega para siempre se nos aparece como un imposible para nuestras propias fuerzas; pero, sin embargo, es para lo que estamos hechos. “Te amaré por tu fidelidad y te seré fiel por tu amor”. La fidelidad es la cadena clavada en la roca que nos impide caer al vacío en plena ascensión alpina, mientras que la infidelidad es la soga del ahorcado: pretende correr con el caballo de la felicidad y cae a plomo ante el vacío que no le sustenta.

Nadie duda de casos de nulidad, ni de situaciones dramáticas, pero lo más dramático es una legislación de nula inteligencia, que hace de la excepción el contenido. ¿Tenemos dudas? Pongámonos en el lugar de nuestros mayores, a los que cada vez más llevamos a residencias geriátricas –un posible futuro para nosotros-, y preguntémonos cuál es el valor de la fidelidad matrimonial y de las mejores circunstancias para la educación de nuestros hijos.

Monday, March 14, 2005

Creo

Creer en un Dios creador supone, entre otras cosas, emplear el sentido común y no dejarse llevar por la ingenua credulidad de que un día el universo salió de la nada porque si. La Revelación cristiana va mucho más allá: nos habla de Dios Padre todopoderoso, de Dios Hijo –Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero- y de Dios Espíritu Santo, Señor y dador de vida. Dios es tres Personas: Dios es familia. La entraña de Dios es entrega. Dios Padre es todo paternidad; Dios hijo es todo filiación y Dios Espíritu es todo Amor entre el Padre y el Hijo. La ley más propia del ser humano, en palabras de Juan Pablo II: el don de si mismo, se ve cumplida de modo eminente en las Personas divinas.

La teología cristiana milenaria se ha intentado aproximar a este misterio de fe explicando que Dios Hijo es el Verbo, la Idea que Dios Padre tiene de si mismo. Idea, generada eternamente por el Padre, con la misma naturaleza. La espiración divina de Amor entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo, Amor que es Persona divina. Cuando el hombre intenta equivocadamente eso, tomarse así como Dios, cae en el absurdo más completo.

La realidad del mal y del pecado lleva al excederse de Dios por el hombre participando de su misma naturaleza humana en la Persona de Dios Hijo, naciendo de una Madre Virgen. Jesucristo, en toda su vida y especialmente en la Cruz es la respuesta definitiva del Amor de Dios a los hombres. Juan Pablo II afirma “La razón no puede vaciar el misterio de amor que la Cruz representa, mientras que ésta puede dar a la razón la respuesta última que busca” (Fides et ratio, n. 23). La única respuesta, aunque misteriosa e inabarcable, a los crímenes de Auschwitz y a toda la serie de barbaridades que en el mundo han ocurrido y ocurren es la Cruz de Cristo. Creer, acto que requiere de la ayuda de Dios, nos impulsa hacia algo que va más allá de nuestras fuerzas y que, sin embargo, nos realiza plenamente: la comunión con Dios y con los demás en el amor. Los enfermos, los desemparados, los marginados, son los especialmente queridos por Cristo: ¿El mundo al revés? Más bien el mundo dado la vuelta…hacia Dios. Las cosas y las personas puestas en su sitio, contando con esta vida y con la que Jesús nos ganó después de la muerte.

¿Qué es la Iglesia? –Cristo. La Iglesia es la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús. Si la Iglesia es una, santa, católica –es decir: universal- y apostólica es porque Cristo lo es. Al participar de su Cuerpo y su sangre somos, en expresión de San Juan Crisóstomo “concorpóreos y consanguíneos de Cristo”.Esto ha de llevarnos a vivir como Él y a identificarnos con su Voluntad: toda una aventura de felicidad, aunque en ocasiones haya dolor.

Hay un solo Bautismo para el perdón de los pecados porque solo pueden perdonarse en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El cristianismo es la religión de la liberación, de la liberación del pecado, siendo los sacramentos el camino ordinario del caudal de la gracia sanante y elevante de Dios. Los sacramentos y toda la Liturgia de la Iglesia no son otra cosa que la acción sacerdotal de Cristo actuando hoy y ahora.

Hay más, hay Resurrección. Jesús de Nazaret resucitado es la garantía de nuestra futura resurrección. Si Jesucristo no hubiera resucitado los Apóstoles no hubieran dado su vida por Él, la mayoría con martirio. Se nos promete un nuevo cielo y una nueva tierra que ya está incoado entre nosotros en la Eucaristía y que nos habla de un nuevo tipo de conducta: servir, darse, entregarse a los demás por Dios.De esa conducta es maestra y ejemplo la que fue sangre de su sangre: Santa María, a quien San Agustín llama “forma Dei”,en traducción algo libre: el “estilo” de Dios.

San Josemaría Escrivá y la familia

San Josemaría no tuvo una vida fácil. Tres de sus cuatro hermanas fallecieron consecutivamente siendo muy niñas. Experimentó la pobreza severa, la repentina muerte de su padre y la inesperada de su madre, esta última poco tiempo después de terminar la guerra civil española.

Todo su explosivo y operativo amor a Dios se volcó en una vida de entrega radical al cumplimiento de la Voluntad divina: la fundación y el crecimiento de la Obra de Dios, el Opus Dei. San Josemaría habló con fuerza del matrimonio como verdadera y concreta vocación a la santidad en una época en la que decir esto resultaba insólito. Ahora es doctrina común reconocida expresamente en el Concilio Vaticano II. San Josemaría comprendía con profundidad el amor humano porque entendía y paladeaba el amor divino, cuya lumbre avivaba con astillas de cruz, en pequeños y no tan pequeños vencimientos diarios. Habló del lecho matrimonial como de un altar a la vez que se exigía a sí mismo y exigía a sus hijos espirituales una lucha heroica por guardar la virtud de la santa pureza, cada uno según su estado.

Al vivir en la Cruz, donde se sabía y se engolfaba en su ser hijo de Dios, veía con profundidad la verdad recóndita de muchas almas que se le acercaban, detonando la verdad más íntima de los corazones humanos: su vocación a la sencilla y diamantina comunión con Dios Padre, a través del consanguineamiento afectivo y efectivo con el Redentor, secundando el soplo creativo, discreto y majestuoso del Espíritu Santo. Su vida estuvo hecha de normalidad, de vivir al día, de sentido común y de saber querer a todos y a cada uno. Si la categoría de una persona se mide por su capacidad de hacer familia, la de este apóstol de la santificación del trabajo ordinario fue eximia. Muchos matrimonios viven de las enseñanzas de San Josemaría, quien les ha avivado su amor a La Iglesia y al Romano Pontífice. Lejos de cualquier tipo de angelismo, el Padre –como así le llaman sus hijos de la Obra y muchos otros que así le consideran- animaba a los matrimonios a querer al marido o a la esposa con sus defectos -que no fueran ofensa a Dios-, a no cegar las fuentes de la vida, a saber que el camino que lleva al Cielo tiene el mismo nombre del cónyuge. Así, reestrenando el amor cada día, como si fueran novios, San Josemaría motivaba a vivir la vocación matrimonial con esa novedad de sentido que arranca desde la poquedad personal pero que se lanza con confianza hasta regocijarse en las aguas de vida eterna de la gracia. Fue un hombre de buen humor porque lo fue de buen amor y de un Amor con mayúscula como a él le gustaba insistir. Si repetía de sí mismo que era nada y menos que nada, un estorbo, no hacía comedía: Dios le hacía verse así. Liberado de sí mismo por un agudo afán de santidad, San Josemaría ha fomentado la vida cristiana de tantísimas personas, comprendiendo, consolando, levantando. Por esta energía de carga de su espíritu, que en ocasiones tiraba de un cuerpo muy enfermo, supo -en nombre del Señor- mover también a muchos jóvenes, chicos y chicas, a seguir una vocación divina que por solicitud apostólica específica –el celibato apostólico- es incompatible con el matrimonio, pero no con el espíritu de familia sustancial en el Opus Dei. Con frecuencia muchas de estas vocaciones han surgido, con el tiempo, en hijos de matrimonios de personas de la Obra, así como en todo tipo de familias de cualquier condición social, económica y racial. Familias santas, cristianas, donde una hija guapísima se entrega a Dios, donde un hijo con síndrome de Down es el tesoro de la Casa, donde el tedio se convierte en hilo conductor de alegría, donde las penas que no faltan se enjugan y se convierten en sonrisas porque esas familias no son más que un rinconcito de la casa de Jesús, María y José de donde San Josemaría sacó la fuerza, la simpatía y el Amor para hacer la gran familia del Opus Dei al servicio de la Iglesia.

Chesterton, aquél hombrón feliz

Gilbert K. Chesterton nos ha enseñado a muchos a disfrutar más de la vida porque encontró verdaderos motivos para hacerlo. No le faltaron dificultades: sospecho que su gran ilusión hubiera sido crear una familia numerosa, pero Frances –su mujer-, cuyo mayor sueño “hubiera sido tener siete hijos preciosos”, no pudo tener ninguno. Gilbert, en la escuela, era un chico retraído, callado, y se planteaba la enseñanza de sus profesores de un modo demoledor: “un señor que no conozco me enseña una cosa que no quiero”. Para hacer justicia a los docentes completaré la frase con una idea de un amigo “…que no quiero aprender”. Pues bien: aquél muchachote profundo, silencioso, llegó a ser una de los más grandiosos charlatanes de todos los tiempos. Hablaba de la infancia como de “cien ventanales abiertos” y describía la calle de su niñez diciendo que “toda la calle era feliz”. Polemizaba incansablemente con su hermano porque le quería y discutió hasta el paroxismo con Bernard Shaw –paladín de la ortodoxia socialista- porque le respetaba. Discutió con medio mundo pero sobre todo lo hizo consigo mismo.

Chesterton encontró el truco para reírse a carcajadas de la vida y no fue una ocurrencia escéptica o amarga: sencillamente se dio cuenta de que el mundo era una paradoja o, lo que es lo mismo, que estaba al revés. Vio con nitidez la superioridad del niño sobre el hombre, de la inocencia sobre el orgullo, de la luz sobre la oscuridad. Optó por una sabia ingenuidad conocedora de muchas de las aberraciones humanas y de su corto alcance; y esa sabiduría fue la gratitud. Dedujo que si nuestro estado habitual no era el de la alegría no era por falta de motivos sino por una extraña deformidad espiritual común. Se dio perfecta cuenta de la inconsistencia y mutilación del mundo por si mismo pero, al ser inteligente, remitió su mirada a aquello que lo complementa y enaltece, huyendo de la morbosa paletada de rebozarse en las desgracias.

Con una visión de futuro más que notable aseveró, antes de 1936, que el peligro de la familia no estaba en Moscú sino en Manhattan. En tiempos del comienzo del auge de Hitler miró más allá y dijo que el gran problema que nos iba a invadir era la chabacanería. Descubrió extrañas complicidades entre sistemas opuestos; así afirmó que el enemigo común del socialismo duro y del capitalismo salvaje era la familia. Entendió la familia como un lugar incómodo, revigorizante, creativo –con una creatividad interior-, como el reino de la libertad frente a la opresión de la dictadura o la explotación del mercantilismo.
Abrazó la fe católica a los cuarenta y ocho años por un motivo básico: “Era la única que aseguraba el perdón de mis pecados”. Sintió en este momento una emancipación mental, una nueva panorámica abierta. Su conversión al catolicismo, después de muchas búsquedas y etapas espirituales, le hizo comprender que el mundo era como la casa de su padre, donde realizó una de las tareas más importantes de su vida: hacer teatrillos de guiñol; es decir: disfrutar creando. Entendió la Cruz de Cristo como el baluarte de las alegrías humanas porque supo ver en ella el árbol de la vida.

Luchó pacíficamente por la justicia social y habló de una distribución audaz de la riqueza. Empedernido demócrata, puso sin compasión el dedo en las purulentas llagas de las oligarquías capitalistas. En una ocasión al ver rapar la melena pelirroja de una niña pobre, por temor a infección en un colegio estatal inglés, reventó de rabia y quiso prender fuego con esa cabellera a la moderna civilización industrial que hacía algo que sólo una madre estaba autorizada a hacer.

La embestida contra la familia y la dignidad humana es hoy mayor que entonces. Las condiciones infrahumanas de gran parte de la humanidad en el albor del siglo XXI, la barbarie del aborto –considerada políticamente correcta-, y el encumbramiento de la necedad en amplios sectores de la comunicación no pintan un panorama muy consolador. Hacen falta nuevos Chesterton que sepan reírse del mundo, amándolo apasionadamente, y tengan el suficiente coraje para batirse el cobre por una mejora de la humanidad; es decir: del vecino. Chesterton acertó por su mente clarividente pero también por un corazón privilegiado que supo ver con diamantina nitidez que “la vida es una novela donde los personajes pueden encontrarse con su Autor”.

Saturday, March 12, 2005

Ana María

Ana María se había quedado sin padre a los dos años. Su familia era de ocho hermanos que tuvieron que hacer maravillas para salir adelante. Durante la guerra voló en yunques de bombardero, eso sí, como copiloto. Desayunaba picatostes con chocolate con amigos, en el jardin, mientras muchos huían a los refugios por peligro a los bombarderos.

Se casó con un sentenciado a muerte por la tuberculosis sabiendo que sólo un milagro lo curaría. No fué así. De viuda jóven y divertida había vivido con su madre y dos de sus hermanas en la España de la postguerra trabajando de telefonista y pasándoselo bomba con la gente por su inmensa capacidad de hacer de la vida algo muy simpático y humano. Contrajo más adelante nuevo matrimonio y fué feliz con su esposo y su hijo.

En los años ochenta se le declaró un cáncer. La enfermedad duró bastante tiempo. Operaciones, radio y quimioterapia, y una larga temporada de bonanza. Rezó más que nunca, profundizó en su fe, en su cultura cristiana, siguió disfrutando de la vida y encontrando a Dios en el camino del dolor, del abandono en sus manos, de los sacramentos y de la alegría. Recuerdo que poco antes de morir se preguntaba por qué le había tocado a ella; no se sentía nada “mística” y si bastante hecha la pascua. La enfermedad apremiaba y fue preciso un nuevo ingreso en la clínica. No quería ir porque sabía que no iba a volver a casa. Al llegar un día a su habitación por la tarde la encontré rodeada de amigos que se tronchaban de risa ante las ocurrencias de la enferma...¡Vaya moribunda! Los días anteriores a su muerte noté que su unión con Dios se agigantaba y que la tremenda enfermedad no era más que una lanzadera para su alma.

Ella me contaba algunas de las cosas que notaba. En una ocasión me decía:”si muchas personas vieran el Corazón de Jesús como lo he visto yo, como cambiarían de vida”. Recibió la Extrema unción. Al parecer tuvo conocimiento un día antes de su muerte del momento en que iba a encontrarse definitivamente con el Señor; así lo afirman unos familiares que estaban con ella.

Falleció el día 25 de mayo de 1990. Al día siguiente, sábado, fue el entierro en el cementerio de la Almudena. El día era soleado. Un sacerdote rezó un responso. Al lado de su tumba había una estatua grande de la Virgen del Carmen portando el Escapulario. Su recuerdo me anima, me guía; es mucho más que un recuerdo.

La historia de César

Corría 1985 cuando conocí a César, uno de mis primeros alumnos de un colegio del barrio de Vallecas, en Madrid. Estudiaba primero del antiguo bachillerato. Era un tipo de catorce años, vivaracho y con una prodigiosa memoria. Al terminar el curso cambié de centro educativo y tuvieron que pasar dos años hasta que un día le ví en el metro. Tenía melenas, vestía una chupa de cuero negra claveteada, la típica heavy. Reaccionó con alegría al verme. Intercambiamos unas palabras gratas en el ambiente tecnourbano del metro. Él también había dejado aquel colegio y tenía toda la pinta de haberse convertido en el genuino macarrilla de dieciséis años. Entró el veloz gusano metálico y nos separamos.

La montaña rusa de la vida me devolvió al mismo colegio de Vallecas en 1991. Era agosto, antes del comienzo de curso, cuando un personaje se acercó y me dijo: ¿Me conoces? Su cara me era familiar pero no le acababa de situar. Era él: César. Estaba estudiando Derecho. Su estética se había refinado, alguien me dijo después que había sido “Mod”, una especie de tribu urbana. Me alegró reencontrarle. Quedamos en que le llamaría para unos coloquios con universitarios. No lo hice por puro olvido; qué negligentes y estúpidos son algunos olvidos.

Unos meses más tarde, César buscó a un sacerdote que trabajaba en el colegio. Le dijo que venía a encargar su funeral. Ante la cara de desconcierto del receptor del mensaje César le aclaró su situación. Le habían encontrado un tumor en el cerebro y había que intervenir rápidamente. Su vida corría peligro en la operación. El sacerdote trató de darle ánimos. Charló con él un buen rato. Pienso que César se confesó.

Pese a que la intervención quirúrgica parecía haber salido bien, hubo una complicación posterior y César falleció. Pocos días después se celebró el funeral al que asistieron sus padres –envueltos en lágrimas- y sus compañeros de universidad y los antiguos del colegio. El sacerdote dijo que César había muerto como un valiente.

César no tuvo una vida demasiado lograda desde el punto de vista humano, pero supo acertar al final. Seguramente no se cumplieron muchos de los sueños que pretendía realizar pero logró el más importante: situar su vida desde la óptica sobrenatural. Creo que está en el cielo: no sé si allí permiten las chupas de cuero claveteadas, pero no dudo de que es feliz para siempre –palabra poco meditada- en la gloria y alegría que debe suponer estar viviendo en el Corazón de Dios.

Juventud, madurez y felicidad

Mucha gente joven se lo pasa bien. Quieren ser felices, aunque probablemente sólo lo consigan en algunos ratos. A medida que pasan los años descubren que la vida es, a veces, bastante dura. La televisión no sirve precisamente para darle un sentido al mundo y la espontaneidad afectiva tampoco resulta suficiente para llenar el propio corazón. Los días se suceden: algunos se dan bien, otros peor, de vez en cuando hay uno muy entrañable y excepcionalmente puede ocurrir algo que casi no cabe en la cabeza: la barbaridad que sucedió en Madrid el pasado once de marzo de 2004. Ante ese crimen terrorista horrendo, el corazón de miles de ciudadanos supo sacar lo mejor que tenía dentro: hombres a los que explotó una segunda bomba por auxiliar a los heridos de la primera, largas colas de donantes de sangre, mantas arrojadas desde las ventanas para los heridos, ayuda incondicional de todo tipo de personas a las víctimas y a sus familiares. Se hizo evidente que el don de uno mismo es lo único que hace ser verdaderamente feliz. Sin embargo estas ocasiones no se presentan con mucha frecuencia y no es plan, me parece, esperarlas para demostrar que uno lleva dentro algo muy valioso.

Dominique Lapierre escribe en su libro “La ciudad de la alegría” que “todo lo que no se da se pierde”. Es una gran verdad que recuerda la frase evangélica “Hay más alegría en dar que en recibir”; a la que algunos añaden maliciosamente: “este es el lema de los boxeadores”. ¿Por qué quizás muchos no actuamos así? Por desconfianza, por falta de un fundamento sólido para la acción. Los demás por los demás no es un motivo suficiente. Los esposos se deciden a ser fieles no sólo por sus respectivos encantos, sino también por Dios nuestro Señor. El profesor que no estrangula a cierto tipo de alumnos obra así por idéntico motivo; además de por no perder su paciente y ejemplar empleo. Cuando la mirada a otra persona se convierte en una inesperada perspectiva de Dios la cosa cambia. Pero hoy parece que hay muchos que no entiende la palabra Dios: no lo conciben como lo que es: Verdad detonadora de la propia y genuina biografía en la que uno puede ser una persona digna, un artista en el trato con los demás, un hombre o una mujer maduros, comprometidos con su familia y con el mundo y, ante todo, personas enamoradas de la vida, en las duras y en las maduras.

Bastantes jóvenes dedican tres horas al día a la televisión, una a internet y otra a la play station. Más que suficiente para convertirse en un perfecto inútil, anestesiado del espíritu. La mayoría de la culpa no es de ellos, sino con frecuencia de sus padres que no saben bien lo que es querer porque considero que no se trata sólo de dar cosas y tiempos a sus hijos, sino darse ellos mismos: renunciar a otros proyectos personales porque la familia es el mayor proyecto al que todos los demás pueden subordinarse de un modo real y eficaz.

César encontró al final la verdad de su vida. Miles de madrileños se encontraron ennoblecidos al ayudar a las víctimas del terrorismo; pero muchos, entre los que los jóvenes destacan, no acaban de encontrar una misión que abarque y llene su existencia de un modo vital, diario, hecho de cosas menudas y cotidianas. Existen algunos factores: parece que ahora no es fácil encontrar la llamada vocacional por el mismo motivo que no es fácil quemar un prado verde o que salgan corriendo unos atletas profundamente dormidos al grito de preparados, listos, ya. ¿Qué pasa?

Bombas de humo

No afligiré al lector que haya tenido el mérito de llegar aquí con un análisis histórico de los factores que nos han llevado a una sociedad individualista. La causa primera y última de esta sordera para descubrir la propia vocación o sentido pleno de la propia vida es vieja y se llama egoísmo. Lo que ocurre es que ahora al egoísmo le hacen el juego, por una parte, la técnica electrodoméstica y, por otra, una cierta intelectualización para hacer lo que a uno le da la gana; se la suele llamar autonomía.

Una sociedad occidental que tiene mucha técnica requiere de mucha ética. No ocurre así. Con frecuencia tener es poder, es abulímia de poseer; pero la avaricia acaba rompiendo el saco de la propia identidad.

Por otra parte la libertad de expresión hace que las vallas publicitarias de nuestras ciudades exhiban con obsesiva frecuencia señoritas casi en cueros: a esto se le llama naturalismo, como si fuéramos bambis. Aborta toda mujer que pueda sufrir un peligro psíquico para su salud: es decir…, en la práctica, la que quiere en virtud de su inviolable autonomía. Matar al hijo de las entrañas es considerado algo parecido a una liposucción. Los matrimonios se disuelven como la espuma de las olas del mar pero los efectos de esto permanecen como la espuma de los ríos fecales urbanos. En algunos países ya se otorga igual legitimidad al matrimonio que a las parejas de homosexuales porque el fundamento del derecho pasa a ser la intensidad del sentimiento en vez de la justicia y el respeto a la naturaleza. Y en este elenco no podemos olvidar los abundantísimos programas televisivos del corazón donde, con un asombroso olvido de la propia categoría, unos personajes cuentan sin ningún pudor sus desengaños amorosos, ante una gran audiencia. La audiencia lo justifica todo. No sé como no se les ha ocurrido hacer un concurso de aerofagia entre los más rudos; no me extrañaría que igualara en audiencia a una final de la Champions.

No agotaremos los males y, además, son muchos más los bienes, pero con frecuencia más ocultos en una sociedad fuertemente informativa. Si una loca envenena la sopa de su hijo será noticia; si cien millones de madres dan de comer a sus hijos con primor no saldrán en portada. Si una mulier fortis asa a su compañero sentimental con una manzana en la boca y se consigue el reportaje, éste ganará el premio Pulitzer. Si miles de mujeres entrañables levantan la moral de sus esposos con una mirada comprensiva y coqueta no aparecerán en un semanal rosa. Si se abandona a una abuela en la carretera se hará una entrevista al cabestro del familiar que hizo tal proeza. Los familiares que atienden a enfermos de alzheimer, que retarían a la paciencia del mismísimo Job, no tendrán una exclusiva en el telediario. Todo esto hay que redescubrirlo porque muchas bombas de humo afectan a nuestra visión de la realidad. Las cosas buenas están ahí, soportándolo todo, como los cimientos, como la propia tierra, como la mirada misericordiosa de Dios sobre la tierra.

Hacer oración

Básicamente hay dos posturas. Una dice que un día la nada estaba cansada y sacó un universo que evolucionó por azar. Agua, bacterias, reptiles, aves, monos: y así sucesivamente hasta volver a la nada. Otra –que no niega la evolución- dice que Dios, un ser perfecto en si mismo y bueno, decidió por Amor escribir, parafraseando a Chesterton, una novela donde los personajes puedan encontrarse con su autor. Cada uno es libre de elegir la que quiera pero la primera opción es absurda y la segunda es lógica pese a que haya cosas que no nos son del todo claras; aunque conviene no olvidar que la lógica de Dios no se identifica con la nuestra.

Es importante meditar en la propia incompetencia, pese a todas las estupendas publicaciones sobre la autoestima. Es conveniente aceptar varias cosas. Primero: que uno puede ser bastante más inútil de lo que piensa. Segundo: que efectivamente es así. Tercero: que es bueno y divertido asumirlo porque es la única posibilidad de hacer algo verdaderamente interesante en este mundo.

El grado de incompetencia es directamente proporcional a la incapacidad de ver la realidad que uno tiene a un palmo de sus narices. Los niños pequeños, en este sentido, se muestran magistralmente competentes: pueden hacer de cualquier cosa un juego. La oración –en la que se une el pasado, el presente y el futuro- hace recuperar el sentido biográfico en momentos buenos, malos y aparentemente indiferentes. Siguiendo ideas de C. S. Lewis, la mentira insiste en sacar a los hombres del presente porque el presente es el punto de encuentro entre el tiempo y la eternidad. Evadirse del presente, con frecuencia, agujerea la personalidad.

Valorar la realidad supone valorar la no realidad. Ninguno de nosotros tiene en si mismo la razón de su existencia: la vida es un gran regalo. La verdad es que, hasta que no lo pasamos mal, no solemos caer en la cuenta de esto.Valoramos algo o a alguien cuando le perdemos. Cuando realmente se sabe quién es una madre es cuando fallece.

El cristiano que se decide a transformar con la oración su vida se instala en la cruz. La cruz es el lugar donde se ve la verdad de la realidad. Luchar por vivir para Dios y para los demás, día a día, permite descargarse de muchos fardos inútiles, ver en las cosas su radical transitoriedad y encontrar el núcleo de donde emana la radiación de lo eterno: algo tan invisible como la luz que permite ver todo con su verdadero color.

Aprender a querer

Los que quieren bien a los demás se quieren bien a sí mismos. Tener paciencia con el torpón, levantar al que se equivoca dándole una salida airosa, concentrar a otra persona dispersa con una mirada comprensiva supone un querer máximamente desinteresado y, sin embargo, muy gratificante. Tengo amigos que saben hacerlo así y, a su vez, poseen una gran alegría de vivir, una voluntad emprendedora y –los más dotados- una encantadora capacidad de reírse de sí mismos.

Lewis dijo que cuando a nuestros amores humanos los transformamos en dioses se convierten en demonios. ¿Habrá que querer calculando? La propia vida va poniendo los afectos en su sitio; … o no. Querer a una persona es querer lo mejor para ella. El cristiano sabe o debería saber que querer a alguien por Dios es querer máximamente a ese alguien. Querer, o mejor: amar, ha escrito Pieper es afirmar “es bueno que existas”. Por eso existimos: porque somos queridos. Vivir con dignidad es saberse queridos por un amor que no traiciona. Si nos aventuramos a creer esto, cualquier instante de nuestra vida estará lleno de sentido. Amar es dotar de sentido. Un cosmos que no hubiera sido creado por Amor no tendría sentido, sería imposible.

Toda la escuela del querer es recia cosa. Es seguro que el corazón tendrá que sangrar algunas veces; así disminuirá una insana hipertensión egocéntrica y el voluntarioso director de orquesta arterial volverá a bombear sangre con renovados bríos, con más armonía y salero.

Optimismo

Camino hacia Almería para dar el último adiós a un querido familiar que, anciano y enfermo grave, vive sus últimos días en este mundo, noto levemente la inmensa tristeza de su esposa. Hay situaciones objetivas que suponen sin duda un especial dramatismo. La tristeza y la alegría son, sin embargo, climas que se dan sobre todo en la orografía del espíritu. Si los acantilados cayeran sobre la nada y los cabos desembocaran en inmensas llanuras yermas y pedregosas haríamos bien en darnos a la bebida. Si las cordilleras se recortaran sobre una bóveda metálica de perpetuo color aluminio sería aceptable el irnos constantemente de marcha. Pero no es así. No hace falta tener una sensibilidad exquisita para recrearse en tantos recodos magníficos o sencillos del mundo. Distinta es la paisajística moral de algunos sucesos donde el azul del cielo y del mar hay que creerlos sin verlos; si bien pueden ser entendidos. Este mundo mutilado reclama la reparación de fracturas por sí solas incurables.

La poesía tal vez sea la captación de la serena aceptación que cada ser vivo tiene de sí mismo en armonía con el resto del universo. Las vacas, ejemplo eximio de poesía, no pueden tener el mérito de aceptarse; pero los hombres sí, y podrán hacerlo –nunca mejor dicho- gracias a Dios.

Hay, en una considerable parte de la vida, cosas muy buenas, especialmente las gratas relaciones humanas. Cumpleaños, aniversarios, el día en que aprobamos la oposición, o placeres menores como el terminar de una vez de leer estas reflexiones. No se trata de un optimismo manso y bobo. Todo lo que tiene un orden tiene un sentido. Todo lo que tiene un sentido tiene una verdad. Toda verdad supone un bien y una armonía o belleza. El mal no se sostiene por si mismo: es un desorden en el orden. El mal es una herida: siguiendo a Tomás de Aquino, la herida es en el cuerpo, no el cuerpo en la herida. El mal es una sombra: las sombras son por las luces, no las luces por las sombras. Ser optimistas es ser realistas.

Trabajo e ilusión

He constatado que algunos niños quieren ser bomberos cuando sean mayores. La sirena, el color rojo del camión, los cascos encima del uniforme azul, la misión arriesgada y heroica… Lo que no sospechan esos niños, y otros no tan niños, es que en el futuro quizás serán camareros, oficinistas, empleados de una funeraria…, aunque, ¡caramba!, alguno será bombero.

Claro que es importante lo que se hace pero quizás es más importante cómo se hace. Si no somos bomberos podemos, al menos, tener espíritu de bomberos y apagar muchos fuegos, de fuera y de dentro del propio yo. Tener el espíritu de algo es ya de algún modo serlo.
Es bonito hacer lo que a uno le gusta pero es bueno hacer lo que sirve a los demás dentro de las propias y flexibles aptitudes. El propio yo, a diferencia de lo que pueda parecer, no es ni mucho menos el mayor motivo de superación. Cuentan una historia trepidante de un cuidador del zoológico. Con horror vio como su niña pequeña caía dentro del foso de los cocodrilos. Sin dilaciones se tiró él también y arrancándole los ojos a uno de los animales consiguió salvar a su hija de las fauces del peligroso y, finalmente, ciego lagarto. El afán de ayuda y protección a los seres queridos hace intrépidas las decisiones, agudiza el ingenio y hace aumentar los ingresos. Con pena cabe reconocer que si es mucha la gente querida eso no nos hará necesariamente millonarios.

Tener un sano afán de superación profesional es algo tonificante. Un conformismo que descartara actualizaciones en el trabajo y cierta creatividad bajaría la conveniente tensión humana para seguir adelante una tarea laboral de interés. Hay que cuidar el propio segmento de investigación y desarrollo. Conviene que las cosas urgentes no invadan siempre el lindero de lo importante no urgente. La constancia, las múltiples rectificaciones, el no sobrevalorar éxitos o fracasos momentáneos, el intento tenaz de aportar el estilo propio, el saber rectificar una y mil veces, nos hará con toda probabilidad ser unos buenos profesionales.

Esta labor profesional no se reduce a ser una posible realización personal en la solidaridad. El cristiano está continuando personalmente la tarea profesional del propio Cristo. Fabrica con sus manos los muebles del Artesano Nazareno: las mesas, las camas, las sillas, que hicieron que este mundo -a pesar de los pesares- pueda considerarse un hogar.

El atractivo de Cristo

Si logramos situarnos en las coordenadas de lo verdaderamente humano, de una vida limpia y honesta, estaremos en condiciones no sólo de intentar ser buenos cristianos -que es mucho- sino de ir profundizando en la intimidad del trato con Cristo. Hay unas palabras de San Josemaría Escrivá de Balaguer que me llaman especialmente la atención: “Cada vez estoy más convencidos de que el cielo es para los que saben ser felices en esta tierra”. Me atrevería a decir que Jesús es el mayor de los vividores porque su vida de entrega redentora y su presencia actual en la Eucaristía nos quieren decir, según escuché a un sabio teólogo, que Él quiere vivir con cada uno de nosotros nuestra propia vida. Esto significa que si queremos podemos vivir su Vida ya aquí, ahora. Tal propósito supone una profunda transformación. Hay que enamorarse de verdad, cambiar de raíz el ángulo de tiro del corazón.

La Eucaristía, la Eternidad en el tiempo, nos hace eternos; nos introduce en una elevación de la vida cotidiana donde lo precario de la condición humana nos lanza, como a una pelota de goma, hacia la belleza y la grandeza divinas que nos transforman.

Escribe Tomás de Aquino que las victorias de nuestros amigos son en cierto sentido nuestras. Ser amigo de Cristo supone participar ya en este mundo de su victoria.

Una vida nueva

Ya consigamos el premio Nobel, ya nos dé una depresión que nos deje hecho migas, ya seamos dependientes de unos almacenes de medio pelo, la vida se hace nueva porque el Amor hace nuevas todas las cosas. Un amor pegadizo, celoso, libre y exigente. Un amor que se introduce en la naturaleza humana con la misma autoridad que un bombón en la boca de un niño, como el vino añejo con solera en el paladar del catador. Hay que ser buen vino y eso requiere tiempo y fermentación: un cambio progresivo y paciente. Muchas veces no llegamos a ser ese buen vino y en otras ocasiones no todos los paladares están preparados. Sin embargo no hay excusas: hay que dar a conocer el vino de la vida eterna de todos los modos posibles que convergen en sólo uno: mediante la propia vida.

La vida y la vocación es una misma cosa. Nuestro yo, escribía Chesterton, está más lejos que las estrellas. Esto es así porque la mirada cariñosa de Dios sobre cada uno de nosotros constituye nuestra más profunda intimidad: el misterio vocacional de nuestra vida donde la providencia quiere la libertad y la libertad puede querer la providencia porque el verdadero amor es providencial y libre.

No estamos dispuestos a que el Señor nos diga al final de nuestra vida “No os conozco”: no veo en vosotros el Cristo que debíais ser. Muy al contrario, con Pedro, queremos decir: “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero”.

La Virgen María

Agustín de Hipona dice que Santa María es la “forma Dei”, el estilo de Dios. La Virgen es la mejor armonía humana, la inteligencia más preclara y el corazón más enamorado. Santa María supone la superación de un aparente imposible vocacional: ser madre y ser virgen; ser Hija, Madre y Esposa de Dios. Sabernos hijos de tal Madre -Cristo nos la dio por tal- nos llevará a luchar por vivir según su Corazón, a que Ella habite en nuestra mente, en nuestra voluntad y en nuestros afectos. Así podremos tener una fortaleza de roca pese a nuestra fragilidad, una humildad cordial pese a nuestra soberbia y una sabiduría que sobrepasa lo que sólo humanamente es imposible: llegar a ser santos.